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En los albores siglo XX, Romain Rolland y Jean-Richard Bloch publicaron una serie de artículos sobre sus concepciones, coincidentes y diversas, de un teatro del y para el pueblo que respondiera a las necesidades de un público estrictamente popular. Sus propuestas, polémicas en su momento, resultaron fundamentales para iniciativas posteriores, como la fundación del festival de Aviñón por parte de Jean Vilar, que recuperó la dimensión original del teatro como gran espectáculo popular y reclamó salas que unieran al público en lugar de dividirlo: fue la voluntad de democratización del teatro que, durante muchos siglos, había sido monopolio de unos pocos.
Este volumen recoge los ensayos y puntos de vista de ambos autores franceses sobre la cuestión. Si la visión de Rolland, innovadora y revolucionaria de la escena, mantiene hoy su plena actualidad, no lo son menos los planteamientos de Bloch sobre la necesidad de escribir desde su época y para sus contemporáneos, y su idea de cómo ha de ser el teatro del futuro, un teatro que debe dirigirse a todos los públicos, a la sociedad entera.
El teatro es el lugar de un cruce de miradas. Un espacio construido en torno a la representación de los acontecimientos del mundo y de los imaginarios que tejen un proyecto de sentido sobre los mismos. Pero el teatro también es un espacio de concomitante con la vida social, un espacio de encuentro entre la mirada autoral que observa y se posiciona ante el mundo y la mirada reflexiva e implicada que el espectador realiza para transitar la escena que el teatro levanta como un bosque de sentido. En ese espacio liminar en el que se mueve el espectador, sujeto de la mirada y archivo vivo de sus respectivas performances sociales, se produce lo que el filósofo Jacques Rancière denomina un reparto político de lo sensible, un reconocimiento y atribución de competencias y de incompetencias para actuar en la dramaturgia de la vida en común. Un reparto político de lo sensible que es anterior a la política, entendida como pugna y gestión del poder, debido a que tiene que ver con lo sensible de una determinada situación y con la capacidad o incapacidad del sujeto para percibir el tejido sensible de un acontecimiento, de sus tramas y de sus flecos, de sus urdimbres y desgarraduras. Desde esta perspectiva, la función del arte, del teatro y de la escena moderna, consistiría en producir desbordamientos de lo sensible que posibilitaran nuevos espacios potenciales de sensibilidad, de comunidad y de sentido.
Con todo, el propio filósofo advierte de la paradójica situación en la que se mueve el espectador del teatro moderno considerado un sujeto pasivo ante el drama, y por ello insistentemente interpelado para tomar parte activa en él. El espacio del espectador es un espacio vacío, todavía por construir, bien porque se le atribuye una falta de competencia para tomar parte activa, consciente e implicada en la transformación de sus propias condiciones de existencia, para acceder a lo sensible y pensable de sus circunstancias como actor social con capacidad para atribuir sentido a las mismas, bien porque su espacio se halla previamente construido por el dramaturgo y preventivamente diseñado y elaborado como un espacio en el que el trabajo del espectador consiste en el reconocimiento aquiescente del programa de performances que el autor ha dispuesto para él.
El teatro moderno es un dispositivo sin espectadores, afirma Rancière, pues ser espectador es considerado como una falta, un déficit de competencia o incapacidad para participar en ese espacio inédito que la propuesta teatral abre entre la escena y el espacio social y de sentido que la sostiene.
El libro El teatro del pueblo/Un teatro comprometido reúne una serie de ensayos de los dramaturgos Romain Rolland y Jean-Richard Bloch, publicados en las primeras décadas del pasado siglo, cuyo contenido gira en torno al proyecto compartido de impulsar un teatro auténticamente popular, un teatro por y para el pueblo, un teatro democrático y comprometido con la toma de conciencia de las cuestiones mas relevantes de una época de profundos cambios y transformaciones, no solo de la estructura y dinámica social, sino también de las estéticas y concepciones artísticas y culturales. Los escritos de Romain Rolland y Jean-Richard Bloch han sido traducidos y prologados por Rosa de Diego, docente e investigadora teatral de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, quien señala acertadamente que la noción de teatro popular surge para dar respuesta a esas transformaciones sociales y artísticas, y crear las condiciones para que todas las categorías sociales tengan acceso al arte y a la cultura.
Las condiciones para que el teatro popular responda a las necesidades del pueblo entendido como su espectador modelo abarcan, según Romain Rolland, cuestiones tanto estéticas, como morales. La propuesta de Rolland implica una revisión de la tradición dramatúrgica en relación con la variedad de emociones, la búsqueda de un realismo verdadero, la moralidad sencilla y la honradez comercial; junto con la renovación de los elementos materiales del teatro, como son el propio edificio teatral, la decoración, el vestuario o la máquina escénica, en consonancia con el desarrollo tecnológico y la popularización de otras formas de espectáculo, entre ellas el cine. Por su parte, Jean-Richard Bloch concreta las aspiraciones de este teatro popular en “la expresión de las pasiones comunes de la muchedumbre proletaria y divertirla”, entendiendo por tal una subversión del principio productivo que anima el ideario capitalista en el umbral del nuevo siglo. La nueva dramaturgia a la que aspira Bloch se basa en el monólogo interior y en la palabra discordante, en el grito, el ruido, el eco y el rumor como forma de expresión de la complejidad inabarcable y feroz del mundo moderno.
El pueblo al que se dirigen las propuestas de Rolland y Bloch para una dramaturgia realmente popular es el resultado de una comunidad anticipada e inducida por el dramaturgo, una comunidad que surge de la maestría del autor para revelar al espectador las condiciones de su propia existencia y de esta forma enseñarle cómo completar la falta de competencia para ese reconocimiento que preventivamente se le atribuye. Enseñar no consiste solo en crear las condiciones para el intercambio y la adquisición de conocimiento, sino que requiere además señalar y regular constantemente la distancia que media entre el docente y el discente, entre el dramaturgo y el espectador y actuar en esa distancia que media entre la competencia de uno y la incompetencia del otro para aprender por sí mismo.
En virtud de esta distancia estratégica que media entre la dramaturgia y el espectador, el pueblo como idea y construcción ideológica antecede a la comunidad de espectadores resultante de la experiencia teatral. Una comunidad que no está restringida al propósito previamente diseñado por parte del dramaturgo, sino que responde de forma imprevisible al desbordamiento de lo sensible que el teatro puede producir y a la comunidad de interpretantes que toman esa nueva sensibilidad que permanecía insensible como proyecto común de sentido y fundamento de comunidad. Esta es la paradoja del espectador y el trabajo que le corresponde en una comunidad inédita. Y este es también el horizonte del nuevo arte teatral que escruta Jean-Richard Bloch cuando afirma que es imprescindible que exista una zona de contacto, una zona de resonancia entre el creador, el intérprete y el espectador.
Rolland Rolland y Jean-Richard Bloch habitan un mundo en plena efervescencia de cambios y transformaciones, en el apogeo del mundo moderno y también en la profunda frustración del ideario que lo anima como resultado de la fractura social y de la explotación, del peso de una tradición no reflexionada y de un arte refractario al nuevo sujeto teatral y a su deseo de dar sentido al mundo. Los dramaturgos, al igual que el espectador al que se dirigen, transitan sin rumbo preciso por el bosque de sentido de un tiempo convulso. Su lectura requiere atención a la palabra y también a los silencios, pues en ellos se encuentra la genealogía del teatro moderno.
Eneko Lorente
Edición de Rosa de Diego
Madrid, 2016. 288 págs.
ISBN: 978-84-92639-90-8