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Él y ella sobre el escenario.
Un diálogo a dos voces jalonado de silencios.
Los silencios de toda una vida en común, de dos soledades que chocan, se aman, se hieren, viven y mueren. Y nada más, solo la quebradiza fragilidad de la comunicación.
¿Qué decir, cuando ya está todo dicho? ¿Cómo hacer inventario sin despertar los fantasmas del pasado? ¿Y cómo se afronta el final?
Una obra teatral irónica e inquietante que plantea interrogantes y no concede respuestas. Matchpoint: la pelota queda del lado del público. Puro Tankred Dorst en estado de gracia.
Como escribe Peter Brook en Threads of Time (1999), la memoria, tal y como la vivimos y construimos internamente cada uno de nosotros, tiene un carácter marcadamente episódico, pero también semántico, y se compondría de pequeños hilos, minúsculas hebras, de los que se va tirando, o que emergen de forma inesperada, e incluso improcedente, y con los que van asomando recuerdos, tantas veces inconexos, palabras, e imágenes, que en ocasiones amedrentan, y todo ello se sucede de forma normalmente (in)voluntaria y aleatoria, como en un galimatías. Cualquier tentativa de reconstrucción ha de hacer frente, necesariamente, a la fragmentación, la incoherencia, o la borrosidad. En la mitología griega su nombre era Mnemosina, y se la tiene por madre de las nueve musas. A la Memoria, digo.
Leyendo este texto de Tankred Dorst, estrenado en 2016, no podemos olvidar otros textos (Ashes to Ashes de Harold Pinter, por ejemplo), en los que hay personajes que intentan reconstruir el pasado con la intención de recuperar y dar sentido a la experiencia, si es que de sentido se puede hablar. En esta ocasión, con Dorst, y la mancha azul en la pared, El y Ella dialogan a lo largo de un conjunto de escenas que parecen recuperadas de momentos concretos y cruciales en su existencia, y que se suceden sin ningún nexo aparente de continuidad, tal vez manejadas por el azar, pero con la capacidad de despertar viejos fantasmas, y por eso están cargadas de una tensión que jamás estalla pero que inflama el ambiente, que electriza una atmósfera ciertamente irrespirable en ocasiones.
Como se dijo, apenas si encontramos referentes que nos permitan situar los diálogos en un marco espacial y temporal concreto, o en una cronología precisa, más allá de que todo pudiera estar ocurriendo en la localidad renana de Castrop Rauxel. Bien pudiera ser que todo se active cincuenta años después de que esos dos personajes iniciaran su relación, en la que tendrá una cierta importancia un hijo llamado Ganímedes (nombre de un príncipe troyano raptado por Zeus), pues con él se abre el primer diálogo, y una casa propiedad de la abuela de Ella, catalogada como bien patrimonial, y en una de cuyas paredes aparece la mancha azul que se refiere en el título, símbolo o metáfora que los lectores podrán explorar a conciencia. ¿La juventud, la inocencia?
La palabra clave para definir el conjunto tal vez pueda ser indeterminación, metáfora acrecentada por los silencios con los que el dramaturgo implícito separa las escenas, que a veces son largos, incluso sepulcrales, y que sirven también para aminorar complicidades y disputas, para atemperar y distanciar posibles rupturas, para relajar las pulsiones y las tensiones. Y tras cada silencio un tránsito y un salto en la experiencia, con lo que todo pudiera ser una especie de evocación antes del fin y con una fuerte dimensión connotativa, un valor añadido que solo conocen quienes han vivido cada uno de los momentos evocados, quienes ejecutan ese recuento que se bifurca en función de la visión personal de cada peripecia. En algún momento se dirán: “primero tendremos que conocernos”, “tú a ti y yo a mí”, una declaración que señala tantas cosas.
Se trata de un texto especialmente difícil y complejo en su lectura y recepción, tal vez porque la materia dramática sobre la que quiere construirse tenga un marcado carácter elusivo, como bien señala la traductora y editora, Marta Fernández Bueno, en la contraportada del volumen, al escribir que estamos ante dos “soledades que chocan, se aman, se hieren, viven y mueren”, y se manifiestan desde “la quebradiza fragilidad de la comunicación”. Lo cual no deja de ser una notable ejemplificación de lo que son nuestras propias vidas.
Se indica en la antesala del texto que este está escrito en colaboración con Úrsula Ehler, dramaturga y compañera de Tankred Dorst, y en esa dirección cabría pensar en una especie de recuento vital, o en un ensayo de lo que pueda ser la muerte, que más tarde o más temprano ha de llegar. Un nuevo interrogante que añade mayor complejidad a un texto con un profundo carácter vivencial, experiencial, existencial, pues la pareja conversa hasta la muerte, hasta que ese último personaje aparece. Y en efecto, para Dorst tal personaje se hizo presente el uno de junio de dos mil diecisiete, un año después del estreno del texto que presentamos.
La traducción y edición corre a cargo de la profesora Marta Fernández Bueno, de la Universidad Complutense de Madrid, responsable además de una muy documentada y prolija introducción en la que presenta una panorámica general de la vida y la obra de Dorst, considerando también su recepción en España, y un análisis pormenorizado del texto objeto de su magnífico quehacer como traductora.
Manuel F. Vieites
Edición y traducción de Marta Fernández Bueno
Madrid, 2018. 128 págs.
ISBN: 978-84-17189-14-3