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El siglo de las Luces puede considerarse la edad de oro de la utopía, entendida como la construcción literaria de una sociedad ficticia ideal. En las dos obras incluidas en este volumen, Marivaux se sirve de formas utópicas temporales, mundos al revés, en clave carnavalesca, para proponer una reforma social que haga posible un mundo mejor, real, en esta tierra.
Si en «La isla de los esclavos» (1725), el mestizaje aparece como la única solución posible a las tensiones entre seres humanos, en «La colonia» (1750) la utopía adquiere una clave erótica, para demostrar que hombres y mujeres están condenados a entenderse y que la mejor manera de conseguirlo es amándose.
Dos comedias en las que Marivaux analiza el alma y el corazón humanos en busca de la armonía.
El nombre de Marivaux le resulta desde luego familiar al aficionado español al teatro, pero seguramente no por la presencia de las obras de este autor sobre nuestra escena o por el número de ediciones en castellano sobre sus textos. En efecto, en ambos casos se trata de ocasiones más bien limitadas, por más que Josep Maria Flotats haya elegido una de las piezas más importantes e influyentes del escritor francés, “El juego del amor y el azar”, para su reciente vuelta al Teatre Nacional de Catalunya; y por más que una de las dos obras recogidas en este volumen, “La isla de los esclavos”, fuera estrenada en Cataluña por la Compañía Dei Furbi hace unos ocho años.
Ello da un especial interés a la iniciativa de la ADE de haber recuperado cuatro piezas “no tan conocidas” de Marivaux en el lapso de apenas unos meses: “El príncipe travestido” y “La falsa doncella” en el número 81 de la colección “Literatura Dramática”; y las dos que forman el número 83 de la misma colección que aquí comentamos. Y más interés aún, en el caso del presente volumen, por tratarse de dos textos posiblemente alejados, aunque quizá no tanto, de lo que ha dado en llamarse el marivaudage: ese “no sé qué, que qué se yo” de preciosismo, galantería, elegancia, sensibilidad y sofisticación en el lenguaje y en el estilo que es característico de su obra; y cuya correcta y cabal percepción, más allá del uso peyorativo del término, está vedada —a decir de no pocos entendidos— a quienes no lean o contemplen sus piezas en el idioma original en el que fueron escritas y bien pertrechados de un profundo conocimiento de la lengua francesa.
Y no es porque la elegancia verbal y teatral, o el delicado sentimiento amoroso —un tanto superficial a los ojos contemporáneos, para qué vamos a engañarnos —, estén precisamente ausentes de estos dos textos; sino, más bien, porque su mayor interés, de nuevo a los ojos de un lector contemporáneo, posiblemente resida en que se trata de dos obras que, como subrayan Lydia Vázquez y Juli Leal en su muy útil y oportuna introducción al volumen, se inscriben en la corriente de la literatura “utopista” de la época. Una corriente que, al proponer una alternativa imaginaria y quizá materialmente imposible al “estado de las cosas” entonces existente, se convertía en una acerada crítica a ese mismo “estado de las cosas”. Lo que engarza, a su vez, con el comentario realizado por Flotats con ocasión de su reciente puesta en escena de “El juego del amor y del azar”, en el sentido de que en la obra de Marivaux “podemos encontrar, aunque sea de manera soterrada, la semilla de la Revolución”. De la Francesa, por supuesto.
Bien soterrada está, en efecto, en el caso de “La isla de los esclavos” y “La colonia”, pues la “inversión del mundo social (entonces) conocido” que se describe en ambos textos —aunque, pensándolo bien, quizá sobre el “entonces”— no se hace tanto con la intención de promover la realización de esa inversión, sino con la de proponer o aconsejar una reforma, una moderación, una mayor justicia y un mayor sentido común en la aplicación de las reglas y condiciones sociales que eran dominantes en ese mundo, pero sin cuestionar de manera radical su aplicación y su permanencia.
Esta voluntad reformadora, pero también claramente conservadora, se percibe de manera clara en “La colonia”, donde la propuesta de un mundo que pueda ser dirigido por las mujeres se diluye finalmente, después de algunas situaciones solucionadas de manera más bien sexista —a los ojos de hoy y para solo una parte de la opinión pública de hoy—, en una especie de broma más cercana al sarcasmo que a la ironía.
Le ocurre igual, sin duda, a “La isla de los esclavos”, pero aquí la intención es manifiestamente más reformadora y de mayor calado. Y, sobre todo, se halla desarrollada a través de un juego teatral que, aunque también aparece en “La colonia”, es en este pieza mucho más interesante, rico y denso. La conversión de los siervos en amos y viceversa, que se desarrolla en la pieza con recursos que se encuentran claramente emparentados con la commedia dell’arte, da lugar a un solapamiento de planos dramáticos que, aunque no tiene obviamente más pretensión que la de ilustrar esa “inversión del mundo social”, lo hace con singular eficacia y, sí, elegancia.
Subrayemos, por último, como hemos tratado de apuntar en algún que otro comentario incluido en los párrafos anteriores, que resultaría excesiva y aprovechadamente oportunista echar en cara a ambos textos su moderado reformismo. Solo cabe considerarlo así desde una mentalidad actual, muy alejada en el tiempo a la que era dominante en época de Marivaux. No es difícil presumir que, casi setenta años antes de que estallara la Revolución Francesa, estos textos tenían un carácter premonitorio y agitador, ingeniosamente resuelto en lo teatral, que justifica de forma más que razonable el comentario de Flotats y la edición actual de las dos piezas.
Alberto Fernández Torres
Introducción de Lydia Vázquez y Juli Leal.
Madrid, 2014. 121 págs.
ISBN: 978-84-92639-54-0