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A lo largo de su vida Gordon Craig publicó un amplio abanico de interesantes escritos en los que traslada un nuevo paradigma de creación teatral. En este primer volumen presentamos dos textos cruciales de su trayectoria, que constituyen obras de referencia en ese movimiento de teatralizacion del teatro que se forja y expande desde finales del siglo XIX hasta nuestros días.
«En tiempos primordiales, el danzante era un sacerdote o sacerdotisa,
y en ningún caso era un pesimista (…)»
Edward Gordon Craig, Del Arte del Teatro
En su célebre ensayo sobre Gordon Craig y el mundo postmoderno, Christopher Innes ya decía en 1999 que: «Los rumores sobre la muerte de Craig son muy exagerados»… Necrofilias y otras parafilias aparte, la publicación por parte de la ADE de la, durante años esperada, traducción de sus escritos al castellano, confirman la salud de nuestro más querido muerto viviente. No hay que ir muy lejos para corroborarlo. Sólo hay que adentrarse en las páginas de este libro, para ser atrapados por la magia del que puede calificarse, sin duda, como uno de los creadores y teóricos más seductores del siglo XX.
Este volumen, y su segundo hermano de próxima aparición, permiten por fin, a los lectores en lengua española, enfrentarse con cierta comodidad y en directo, a un autor que no por la ambigüedad y complejidad de sus palabras, ha dejado de ser menos sugestivo, o necesario, en la actualidad. Sino quizás, todo lo contrario.
La clarificadora introducción de Manuel Vieites, que también se ha encargado de la edición y de la inspirada traducción, lo sitúa en su contexto y ubicación histórica y biográfica. Y pone en primer plano el principal motivo de los escamoteos y manipulaciones, más o menos intencionadas o conscientes, que se han hecho, y se siguen haciendo, de la obra de Edward Gordon Craig: Su estilo. Al mismo tiempo que subraya la vigencia y pertinencia de la publicación hoy de Escritos Sobre Teatro.
Un estilo rapsódico, poético, lleno de frases entrecortadas, repeticiones y paralelismos, especialmente resistente a la traslación a otro idioma; que hace de la precisión de la presente impresión, un trabajo digno de alabar y agradecer.
Aunque desempeñaron durante años un importante papel, rellenando una laguna injustificable, las versiones con las que contamos hasta ahora, producían equívocos mayores de los estrictamente inherentes a todo acto de interpretación. Consecuentes con los recortes y desviaciones resultantes de la falta de un trabajo directo con los textos originales; que transformaba su lectura en algo cercano a la de la trascripción de una sesión del juego del teléfono escacharrado. Con sus cambios, olvidos de palabras, incluso de líneas o párrafos enteros…
Este trabajo viene a reiniciar la partida, y a recomponer el puzzle. En cierta forma sigue siendo críptico, pero el lenguaje visionario craigiano no parece ahora tan extraño… En muchos casos, y para sorpresa del lector, resulta brutalmente claro y cortante. Preciso y lacerante. Siempre estimulante. Esto no es anecdótico. Cómo él mismo hizo explícito numerosas veces, toda forma tiene un contenido, todo contenido tiene una forma a la que debería estar inseparablemente unido. En este caso, se refiere al tipo de teatro que busca; a su estímulo y provocación. Esa es su función.
La propia estructura aforística de la escritura de Craig, al igual que el carácter irrealizable de sus dibujos, lleva implícita un alma bailarina y fluida, llena de contradicciones y aristas; pero también de sugerencias y posibilidades abiertas… En esta traducción, la opacidad traslúcida de la obra de Craig ha quedado más clara que nunca. Gracias al estricto respeto a unas palabras que eran es sí mismas una práctica. Y esto es maravilloso: Como ocurriera con Artaud, ese es el secreto de su éxito; por lo que siempre fue una gran pérdida reducir su innata capacidad para ser «mal entendido». No debemos olvidar que, precisamente, los errores en la recepción de las ideas de otros, son una de las principales fuentes de muchos nuevos descubrimientos: ¡Misterios de la comunicación humana!
En el primer volumen de los Escritos sobre teatro de Edward Henry Gordon Craig, se presentan dos textos tan cruciales en su trayectoria, como para la historia de las artes escénicas: Del arte del teatro y Hacia un nuevo teatro.
Ensayos fundamentales, para la comprensión del devenir del arte teatral a lo largo del siglo XX, son referencia obligada para todo estudiante o estudioso del XXI; ya que, no por mucho ser citadas, sus reflexiones sobre el actor, la supermarioneta, las obras de Shakespeare o la pedagogía y la formación artística, entre otros muchos temas, dejan de ser menos sorprendentes y clarividentes. El abanico de temas es amplísimo y sus posibles lecturas infinitas; pero todas ellas convergen en un mismo objetivo: el anuncio de un nuevo arte propio de una nueva era. Ya que a la larga, no es sino el reflejo de una forma de relacionarse con el mundo distinta.
Estoy de acuerdo con Richard Schechner, cuando explica en Means of performance: intercultural studies of theatre and ritual (Cambridge, 1990), que «Las culturas se expresan de manera más contundente sobre sí mismas, y toman mayor conciencia de sí, en las representaciones rituales y teatrales». Desde esta perspectiva, la información que nos da Gordon Craig sobre su contexto, que en gran medida sigue siendo el nuestro, es inigualable. Sobre todo porque su pensamiento, se mueve entre la representación, el mito y el teatro de una forma difícil de desimbricar. Su escritura funciona como una representación teatral en sí misma. Con una organización dialéctica en la que interpreta todos los papeles: «La ética es la estética del futuro». O era la «estética la ética del futuro»… ¿Tan diferente es eso ahora?
¡Cuánto empeño infructuoso en hacer clasificaciones estancas! En poner coto a la libertad de creación y de pensamiento… Desde luego, Gordon Craig sabía zafarse de todas ellas. Cada vez que creemos poder entenderle, asirle y meterle bajo una confortable etiqueta, su espíritu indomable consigue sacarle de ella; rompiendo todos nuestros esquemas en mil pedazos. Al igual que tan frecuentemente hacía, con el corazón de sus múltiples amantes… Pudo ser un gran defecto, quizás una maldición, pero era también su principal virtud: «Todo lo que no mata te hace más fuerte», decía Nietzsche. Pero eso ni siquiera es cierto; o mejor aún, la verdad, al igual que la certeza, está peligrosamente sobrevalorada… En este caso, podemos diferir de sus ideas, que incluso las relaciones entre los seres humanos vivos y la materia muerta, son mucho más promiscuas de lo que quizás nos gusta reconocer. Sólo recordemos su famosa metáfora de la supermarioneta…
No es lo mismo hablar del «teatro del silencio», del «sagrado teatro de la muerte», que de la «muerte del teatro»… Y si lo hacemos, es necesario antes precisar de «qué» y de «quien» es ésta. Y lo que es más importante, a «qué» nos referimos cuando hablamos de ella. Craig lo hace tan bien, que una se pregunta sí no sería lo más adecuado, dejarlo definitivamente descansar en «paz»… ¿Es eso posible? Lo único que podemos desbrozar, es que era uno de los temas favoritos de Edward Gordon Craig y que él nunca lo dejó reposar.
La muerte del teatro como teatro del futuro
¿Qué tenemos en contra de la «muerte»? Gordon Craig, desde luego, no tenía nada… Quizás el problema lo encontremos cuando olvidamos el valor de la misma, su sentido, y como puede tener más «vitalidad» que la propia vida. Sobre todo sí la primera está en estado terminal, ahogada por el egoísmo individualista y la ideología carismática. No sólo en la escena. En “El actor y la supermarioneta” nos recuerda repetidamente que la muerte forma parte del ciclo de la existencia; ya que nos conecta con lo distinto, con el más allá: «esa vida misteriosa, jovial y magníficamente plena»… Y que es la fuente de poder del verdadero arte escénico.
Precisamente, es a partir de una lectura matizada de dicho concepto, y de la valoración del movimiento simbolista/esteticismo que puede llevar implícito, donde encontramos el justo valor político, ideológico y social del discurso de Craig: una reacción contra ese corsé del materialismo victoriano que se reencarnará en el liberalismo moderno, y en el culto a la personalidad a él asociado. Antecedentes del capitalismo de consumo, cuyas funestas consecuencias estamos sufriendo. Las estructuras no son sencillas de cambiar, ni siquiera de explicar, cuando se siguen aceptando y naturalizando polaridades estrictas e identidades cerradas, y por tanto ficticias.
El propio Craig nunca lo hace. Siempre está en una continua metamorfosis identitaria. A pesar de la arraigada misoginia que muchas veces mostraba, por ejemplo, expresa en una hermosa metáfora, que podríamos calificar como feminista, una de sus numerosas visiones: «Y quiero suponer que ese arte que nacerá del movimiento será el primero y el único credo del mundo; y quiero soñar que por primera vez en el mundo los hombres y las mujeres lograrán esto juntos. ¡Qué nuevo, qué hermosos será! Y dado que es un nuevo comienzo, ofrece a los hombres y a las mujeres de los siglos venideros una posibilidad enorme. En los hombres y las mujeres existe una conciencia mucho mayor del movimiento que de la música. ¿Y no podrá ser que esta idea que ahora me viene, florezca en algún momento del futuro con la ayuda de la mujer? ¿O será, como siempre, tarea del hombre dominar estas cosas él solo? El músico es hombre, el constructor es hombre, el pintor es hombre, y el poeta es hombre.
Vamos, venga, aquí está la oportunidad para cambiar todo esto. Pero no puedo continuar desarrollando mis ideas por más tiempo, ni usted tampoco» (pag. 103).
Quizás sea hora de tomarle el relevo y de desarrollar esas ideas que el sólo apuntaba por «falta de tiempo». Quizás llegó «el tiempo del dios que baila», como escribió Massimo Cacciari. El de ese «fin», que es también principio, en el que el tercer perro se quedará con el hueso (pag. 149). A mí me parece una idea hermosa, aunque como preveía Gordon Craig algunos dirán que es una completa locura. Pero como un buen amigo me comentó acerca de Nietzsche, quizás uno nunca se cura de Craig… Es más, sospecho que Craig es, como el amor para los tratadistas medievales, una enfermedad de la que uno no desea nunca curarse. Y aunque quisiéramos, es difícil hacerlo, cuando ya se está inoculado por su virus…
«La palabra es un virus (del espacio exterior)» decía William Burroughs, «el teatro es la peste» recordaba Artaud, los actores y actrices «envenenan el aire» según Eleonora Duse: ¿Quién teme a la muerte? Muchas de las gentes de teatro, desde luego parece que no. Es más, como bien saben quienes, en palabras de Béatrice Picon-Vallin, «han hecho pasar sobre la escena el aliento de la muerte», esa es la mejor forma de hacer ver lo verdaderamente vivo de su época…
La muerte del teatro nunca pareció muy grave para el teatro. Que un tipo de teatro haya muerto, no significa la muerte para los teatristas. Significa una nueva posibilidad: «Cuando un cadáver se descompone y se pudre, su carne y sus huesos se convierten en bacterias, las cuales tienen una gran resistencia y capacidad de adaptación» (Víctor Varela: “El teatro ha muerto” https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/el-teatro-ha-muerto).
Puede que parezca terrorífico, ciertamente algo desagradable, pero sobre todo es inevitable. De nuestra responsabilidad es sólo hacerlo, además, «bello» (Lo que no tiene que ser mucho problema, ya que para Gordon Craig «la Belleza es una cosa muy amplia, y contiene casi todas las otras cosas, contiene incluso la fealdad»). O intentar verlo como tal. Frente a la vieja pelea del «teatro de texto» versus el «teatro de imágenes», en Del Arte del Teatro se muestra un «teatro de visiones». El teatro del pasado, del presente «y» del porvenir… ¿Por qué tener que elegir entre esto «ó» lo otro? ¿No estamos ya cansados de tantos «os»? ¡Pidámoslo «todo»! ¡Reclamemos lo imposible, como Gordon Craig! Es mejor añadir, siempre en positivo, ir sumando, que no restar… No estamos hablando de objetos o de personas; sino de ideas y de experiencias. Peter Brook supo interpretar bien al que fue su viejo maestro, y llevarlo a la escena; aunque también podría ser aplicado a otros tipos de discursos. Incluyendo el de la esfera política. La ambigüedad, la sugerencia y la falta de linealidad convencional del «espacio vacío», suponen un campo de posibilidades; de aperturas a nuevas realidades para el teatro. De encuentros, a veces fugaces, pero siempre luminosos. No necesariamente, un billete al infierno de la «nada» y la oscuridad… Craig lo explica en el inicio del libro, al recomendar usar «la palabra que une todas estas palabras»… «La más perfecta de todas; esa palabra que equilibra, Y».
Alicia-E. Blas
Edición de Manuel F. Vieites.
Madrid, 2011. 394 págs.
ISBN:978-84-92639-18-2