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El presente volumen constituye un acercamiento histórico y general al devenir material del teatro ilusionista en España hasta el siglo XIX. En él se concilia una panorámica tanto de las circunstancias técnicas como de las aspiraciones estéticas que intervinieron en su evolución.
La publicación de este estudio sobre los edificios teatrales de la España del XIX se ha producido en un año en el que la ADE ha dedicado una especial atención a la evolución del teatro español en ese siglo.
Tomando como sólido pretexto el aniversario del nacimiento de Mariano José de Larra, pero yendo más allá de la polifacética figura del escritor madrileño, diversos actos y publicaciones de la Asociación se han centrado en la reflexión sobre un período que, como Juan P. Arregui advierte en el arranque de su libro, ha sufrido durante largos años las consecuencias de un persistente déficit historiográfico. Felizmente, este déficit ha dado paso ahora a una acelerada revisión de la historia de nuestro teatro en esa centuria, lo “que ya ha permitido superar muchos tópicos y lugares comunes” al respecto.
Una gran parte del estudio de Juan P. Arregui está centrada en uno de los fenómenos más interesantes y significativos del devenir histórico del teatro español: la progresiva implantación en nuestro país del “teatro italiana”, alternativa arquitectónica y espacial que fue sustituyendo a la “solución autóctona” que representaba en principio el corral de comedias. Es de alabar en este sentido el generoso corte diacrónico que hace el autor a la hora de desarrollar su análisis, pues la exposición de los antecedentes de este proceso se remonta repetidamente a los siglos XVII y XVIII, información sin la cual el entendimiento pleno del mismo sería imposible.
El libro de Juan P. Arregui tiene un marcado tono académico, en el más noble sentido de la expresión. Es un trabajo minucioso y cuidadosamente documentado, con abundantes citas bibliográficas y material gráfico; y constantemente apoyado en descripciones muy concretas de los edificios y proyectos arquitectónicos que ilustran y apuntalan las tesis propuestas a lo largo del texto.
Con todo, su mayor atractivo reside probablemente en el difícil equilibrio que consigue a la hora de estudiar el objeto de su reflexión. Convengamos en que las fuertes exigencias y especificidades técnicas de todo análisis arquitectónico conducen frecuentemente a que la lectura de los ensayos sobre arquitectura teatral resulte bastante trabajosa para quienes son más bien legos en la cuestión. No es éste el caso que nos ocupa. Juan P. Arregui aborda con manifiesto rigor el análisis de esas especificidades, pero lo pone permanentemente en relación con los factores teóricos, estéticos y económicos que le dan sentido.
Así, los lectores interesados por la teoría teatral encontrarán un pormenorizado recuento del debate que se dio entre los especialistas europeos de la época a la hora de defender u oponerse a la solución “a la italiana”; los que se preocupan más por las cuestiones estéticas hallarán cómo los cambios en el concepto de espectáculo teatral influyeron y se vieron influidos por la progresiva implantación de tal alternativa arquitectónica; quienes estén más atraídos por los aspectos sociales, se verán premiados por constantes alusiones a las causas y consecuencias económicas que alentó y produjo, respectivamente, ese proceso; por último, ocioso es decir que quienes busquen un análisis arquitectónico en profundidad sobre las características e implicaciones de dicha solución espacial encontrarán cumplidas sus expectativas.
En efecto, el autor desgrana de manera detallada el recorrido mediante el cual se produjo la implantación de esa alternativa arquitectónica, relacionándolo de manera dialéctica con los requerimientos de la evolución del “mercado teatral”, los factores sociológicos y económicos que fueron modificando la composición del público, la mutación de los gustos teatrales, las consideraciones sobre la perspectiva escénica y aun la presencia en España de determinados arquitectos y escenógrafos italianos.
Así pues, su aproximación dista de ser estrictamente “arquitectónica”. Juan P. Arregui parte de la base de que los elementos espaciales y escenotécnicos son determinantes en el proceso de representación teatral y afectan de manera decisiva no sólo a su producción, sino también a su ejecución. Por consiguiente, son esenciales e inseparables del entramado de significantes que constituyen eso que solemos llamar “teatralidad”.
En especial, el libro concede especial atención al desvelamiento de cómo las transformaciones en el lugar del teatro y en el espacio escénico derivadas de la implantación de la disposición “a la italiana” produjeron y, al mismo tiempo, se vieron influidas por una modificación fundamental en los referentes figurativos del concepto de espectáculo; por la marcada focalización en la “ilusión teatral”; por el interés de incrementar los beneficios económicos, “maximizando el aforo mediante la expansión vertical de la sala” y obteniendo ingresos a través del subarriendo de los palcos; y, en definitiva, por la nueva inserción de la oferta teatral en el marco social, económico y cultural de la España del XIX, lo que tuvo a su vez consecuencias decisivas para su evolución posterior.
Particularmente interesante es su reflexión sobre cómo la generalización del teatro a la italiana hizo posible lo que el propio autor denomina el “triunfo de una paradoja”: generar un espacio propicio para la potenciación “de un espectáculo esmeradamente ilusionista, donde la mimesis es llevada al límite de sus posibilidades en la pretensión de reproducir sobre el escenario fragmentos de una realidad posible o imposible”, en el sentido de que, paradójicamente, puede ser tanto cotidiana como fantástica, pero siempre consistente con un concepto de verosimilitud cuya legitimidad no consiste en su imitación de lo real, sino en el “veracidad de la apariencia de la imagen representada”, por extraordinaria que ésta sea.
Una visión grosera y convencional del espacio “a la italiana”, bastante instalada por cierto en nuestro entorno, la hace aparecer frecuentemente como una alternativa conservadora destinada esencialmente a promover la sujeción estética y económica del espectador. El estudio de Juan P. Arregui ofrece una visión francamente diferente y mucho más compleja de la cuestión. Para empezar, porque argumenta de manera convincente que la solución “a la italiana” resultó imprescindible para hacer viable la apertura de nuevas posibilidades estéticas en aquel momento histórico.
Como subraya en su trabajo, hasta bien entrado el siglo XVIII se mantenía “aún viva la tradición de la perspectiva con eje único central, que utiliza la fuga de los bastidores colocados en posición simétrica respecto del centro del escenario”, un esquema que había llegado “a un punto de agotamiento expresivo tal que acabó por impedir, de hecho, toda evolución creativa de la escenografía”. Su sustitución por la “vista oblicua” (focos múltiples, fugas diagonales y composiciones angulares) no podía lograrse únicamente con cambios en la “pintura escénica”, sino que exigía una profunda transformación material del propio espacio escénico. No obstante, esta sustitución no operó únicamente en beneficio de una sujeción a la ilusión teatral en el sentido peyorativo del término, sino que consiguió que el espectador tuviera la sensación de vivir esa ilusión sabiendo al mismo tiempo que lo que veía no existía en realidad, potenciando así la constante oscilación identificación / distanciamento que es esencial a la representación teatral.
Otro aspecto de gran interés que posiblemente sea ignorado por quien no sea especialista, y que Juan P. Arregui documenta y analiza con detalle, es el hecho de que la extensión del teatro a la italiana no se produjo merced a un proceso progresivo e imperceptible, sino que se vio acompañado por “toda una controversia teórica de alcance internacional que cobra una especial magnitud a partir de la década de 1760”.
Este intenso debate enfrentó a los tratadistas que defendían le restitución de la estructura especial propia de la Antigüedad clásica, más social y “democrática”, y a aquéllos que postulaban la adecuación del edificio teatral a las exigencias del nuevo concepto de espectáculo, a los nuevos requerimientos ópticos y acústicos, a la necesidad de acomodar confortablemente a un mayor número de espectadores y a hacer de la asistencia al teatro un acto social en el que “evento y espectáculo se enlazan”, porque “desde la asistencia al local hasta su desalojo forman parte de un espectáculo coral en el que también están comprendidos la presencia en la sala durante la representación y el comportamiento durante las pausas e intermedios”.
El libro se cierra con un apartado centrado en un tema quizá algo más transitado por parte de los estudios históricos sobre el teatro español -la introducción de la iluminación mediante gas y, finalmente, electricidad-, que es objeto asimismo de atención muy documentada y que, además, cobra una dimensión diferente al hallarse integrado en una reflexión global sobre el lugar y el espacio teatral.
Por último, cabe destacar que el volumen incluye, amén de una extensísima bibliografía, un total de 273 láminas cuya consulta se encuentra oportunamente sugerida en otros tantos pasajes puntuales del mismo y que resulta fundamental para una completa comprensión del análisis realizado en él.
Alberto Fernández Torres
Madrid, 2009. 887 págs.
ISBN:978-84-92639-07-6