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Juan Antonio Hormigón ha trabajado largamente en la elaboración de este proyecto biográfico, proponiendo la estructura cronológica en aras de la máxima objetividad. Además de reunir todos los documentos valleinclanianos privados y públicos de los que disponemos hasta la fecha ha descubierto no pocos lances biográficos que eran desconocidos hasta la fecha
Apenas se tiene el libro en las manos, lo sopesa y comprueba que se está ante una obra sorprendente. Lo primero que asalta en su apreciación es, según suponemos epistemológicamente desde Aristóteles, la elocuencia de su aprehensión sensible, en la que se hace nítido el significado denotativo del término volumen, que aquí, en la física misma del objeto mensurable, alcanza una asombrosa proporción -elocuente digo- por si misma.
Al entrar a sus páginas, se sucumbe al asombro de semejante grandeza de aliento, que consigue abrir la nimiedad del dato para ensanchar el horizonte de aquella comarca inconmensurable y casi inefable que llamamos cultura y que aquí aparece invadida por el torrente aumentado de cuanto acude a la interlocución que aún nos sostiene: historia y sociedad, estética y política, psicología y leyenda, genealogía y revolución, ciencia y revelación, descubrimiento y desencanto, que van peripatéticamente tras los pasos resueltos o titubeantes de aquel viajero o paseante, cuya escala poética nos muestra la exhaustividad con la que aquí se indaga y se comenta la condición de un personaje que este libro ha sabido construir como metonimia de una época y no cualquiera, sino una que hoy podemos re-presentarnos, ya absortos en el detalle, ya lanzados a la visión del horizonte caudaloso de fuerzas en interacción, a veces solo sugeridas como rendijas tentadoras, otras violentamente circunscritas al punto de vista que conjura la demora de Ulises en la intensidad del instante, porque es sabido que es así como se pierde la memoria de aquel poema que canta el itinerario de un retorno sin el cual no habrá futuro, ni viaje, ni canto, ni palabra sino solo el silencio de lo que se anonada, mientras que en cambio de su recuperación depende que se abra el horizonte en que tenga lugar el porvenir.
Quiero decir que los pasos del diario que aquí se reconstruye obedecen a un extraño sentido de la orientación: nos traen al día para hablarnos de la actualidad y su dolor espiritual: hay que cambiar.
En esta lectura vamos de la minuciosidad comedida con la que no parece desdeñarse un solo rastro del que habitó la presencia de cada presente del presente de su presencia, a la apertura agobiante de la diacronía que no cesa de concurrir a la construcción de la conciencia histórica que en estas páginas parece afirmarse como idéntica a la mismidad de la conciencia.
Así por citar al azar mientras sobrevuelo la páginas, este ir y venir nos enfrenta al súbito altercado callejero que ocurre como accidente al que se arriesga quién practica el desdeñoso paseo como dandy por la Puerta del Sol y sin esperar a que semejante altercado se resuelva, de allí nos remonta hasta el origen de la filosofía o tal vez mejor dicho, de la estética del dandismo en aquellas postrimerías del 18 europeo, con el Beau Brumel que despertó el entusiasmo romántico de Byron y que pasando por las Memorias del duque de Choiseul, que servirá de inspiración a la composición de La Marquesa Rosalinda, o que ya sea por la vía de D´Annunzio o la de Baudelaire y D´Aurevilly, cruzará rutas góticas de cábala gnóstica y nigromancia bohemia, entre desmayos modernistas y bravatas futuristas, para recalar en la ya casi posmoderna proposición del flanéur benjaminiano. O también el asomo provocador a la presencia de José Zorrilla en México, como poeta de la corte de Maximiliano I, durante los años decisivos del Segundo Imperio y de las guerras de Reforma. Y esto sólo a propósito de una visita de Valle-Inclán al barrio de San Ángel en 1892. (Qué trama, qué peripecias, qué voces acuden a esta conversación para contribuir al testimonio al retrato y al autorretrato, a la tenacidad del juicio y el adelanto de la valoración, porque en el libro se ha conseguido hablar de uno de quien hablan todos, porque en él se habla de todos, ya que aquél de quien hablamos, nos habla, y nos habla de nosotros.
Este libro consigue despejar por fin la famosa aporía de Funes, el memorioso de Borges, que requería de las veinticuatro horas de un día para reconstruir la memoria del día anterior. Aquí el poder metonímico logra contener el mundo en la trama de dos párrafos en cada página.
Apenas iniciada su lectura uno puede constatar que se encuentra ante lo que Droysen llamó monumento en la fundamentación de la hermenéutica. Es decir, aquella interpretación exhaustiva que ha conseguido al fin la reconstrucción suficiente de un mundo. El asombroso producto de una pasión científica tal que ya a alcanzado a ser una poética revelación del mundo, por cuanto muestra la genealogía de una tradición que no ha cesado de venir hasta nosotros. Porque como ha dicho Spengler, las culturas son organismos vivos y la historia es su biografía. Así, la posible historiografía de una cultura es morfológicamente hablando, el correlato de la pequeña historia de una persona, de sus viajes, de sus sitios y de sus libros. En suma, anotaciones articuladas de una dinámica capaz de vencer el olvido y ductos para preservar en el fluir de las corrientes subterráneas, aquellas visiones que consiguen la supervivencia y la liberación de verdades oprimidas que habrán de resultarnos irrenunciables.
Entonces vengo a pensar que semejante monumento hermenéutico sólo puede ser obra de su autor; un incansable espectador del horizonte resplandeciente del fenómeno humano como arte; un incansable hombre de teatro dotado de un descomunal instinto dramático, porque este libro se trata de una reconstrucción del personaje, al contraluz de tales posibilidades de visión y relación, que el personaje mismo se asombraría de venir a ser lo que aquí se transfigura en tantos: un personaje capaz de contenernos. Este libro ha conseguido logros invaluables para nuestra auto comprensión estética: el relato consigue que el artista revele la esencia de su obra, porque sin que se diga, se pregunta por él desde la obra y desde su vigencia.
Pero he aquí que llego a la página 348 y me topo con el episodio en el que se narra y analiza la refundación que hicieron Valle-Inclán y Manuel Bueno al texto de Fuenteovejuna, justo cuando me encuentro atareado en la elaboración de mi propia versión de Fuenteovejuna y que será escenificada en la próxima trashumancia del Teatro Rocinante por las comunidades rurales de la Tierra Caliente de Michoacán. Y no puedo evitar el sobresalto que me lleva de este libro a tantos otros libros y de éstos a un texto que ya clama por su representación en esta violenta realidad en que vivimos hoy, peor que otras veces, los mexicanos.
Sean estas líneas expresión de admiración y gratitud para un libro que es capaz de atraparnos con tal fuerza que nos extravía en sus vertiginosos laberintos para devolvernos en el momento menos pensado al borde del escenario en el que nos aguarda un reto; y al dejarnos ahí, nos anuncia su retorno, al mostrar entre sus páginas tantas puertas semiabiertas. Y si esto suscita decir apenas iniciada su lectura, qué no diremos cuando el libro nos lleve al segundo viaje de Valle-Inclán a México, por ejemplo.
Luis de Tavira
Madrid, 2006; 849 pgs.
ISBN (10): 84-95576-52-X (Obra completa)
ISBN (13): 978-84-95576-52-1 (Obra completa)
ISBN (10): 84-95576-59-7 (volumen I)
ISBN (13): 978-84-95576-59-0 (volumen I)