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«Los despojos del invicto señor» de Lorenzo Fernández Carranza, está ambientada en un pueblo pobre del sur de España, cuyos habitantes malviven bajo el férreo poder del señor del lugar, un personaje ausente y de connotaciones simbólicas. En parámetros de carácter vanguardista se sitúa «La sangre del tiempo», la obra de Ángel García Pintado..
Si es cierto que una parte de nuestra historia teatral se puede explicar a partir de las obras galardonadas en el Premio “Lope de Vega”, no cabe duda de que las contenidas en este volumen reflejan, por su disparidad de estilo, forma y temática, el arranque de los muy intensos y polémicos años 80. Esta “década prodigiosa” desde el punto de vista cultural incluyó una amalgama de tendencias, en ocasiones contrapuestas, que ofrecieron un panorama diverso, un crisol en el que se conjugaron líneas tradicionales y vanguardistas. Si sus resultados fueron discutibles o no siempre alcanzaron las cotas más altas, el conjunto se benefició de una ebullición de modos y géneros que se convirtieron en la base de muchas de las actuales líneas de creación. Por supuesto, las artes escénicas no fueron ajenas a tan variada efervescencia, a la que parece que tampoco escapó el jurado de este certamen que, en una especie de decisión salomónica, otorgó premio y accésit a dos textos radicalmente divergentes, Los despojos del invicto señor y La sangre del tiempo, que ahora se publican. Visto con la perspectiva de los casi treinta años transcurridos, tal veredicto resulta en cualquier caso altamente significativo.
Los despojos del invicto señor, que ofreció a Fernández Carranza la fugacidad del galardón y un controvertido estreno en el Teatro Español en 1986, se enmarca en una vía conocida, la del realismo costumbrista, no exento de cierto alegorismo. Sus personajes son los habitantes de un pueblo de gran pobreza en el sur de España, que malviven atrapados en sus comportamientos, sus recuerdos, sus deseos nunca logrados… En el dibujo de las pequeñas actividades y tensiones que marcan la cotidianidad de su mísera existencia, descollan apenas algunos sucesos teñidos por el drama de la convivencia -los enfrentamientos entre la prostituta Pelusa y su chulo, Tragaldabas-, o por la tragedia de los sueños rotos -la muerte del joven Sixto, ansioso por aprender a leer y que marcha del pueblo para conocer a una artista de la que está enamorado-. Y por encima de ellas sobrevuela, como un recurso simbólico, la sombra del “invicto señor”, el cacique del lugar, ausente de escena y cuya salud se deteriora hasta la extinción. Se trata en suma de un drama coral de apuntes líricos que se cierra a golpe de martinete, como un canto ambiguo de condena o de liberación. En él, la estampa general domina sobre la acción concreta, y el espíritu de denuncia de la injusticia social se convierte en el motor único que anima la presentación de sus personajes.
Frente a esta obra de corte “tradicional”, las rupturas de La sangre del tiempo contrapesan el otro extremo de la balanza. La ya entonces abundante aunque marginal trayectoria escénica de Ángel García Pintado, uno de los autores de la “generación underground” de los 60 (según definición de G.E. Wellwarth), se vio respaldada con este accésit a uno de sus textos más característicos, que sin embargo no estrenaría hasta cinco años más tarde. Compuesto por trece cuadros encabezados con títulos independientes, constituye un mosaico de escenas y lenguajes acorde a la poética expresada por su autor en diferentes entrevistas. La sorpresa y el humor se dan la mano en todos con intención provocadora, que recuerda en alguna medida el “épater le bourgeois” de las vanguardias francesas de entreguerras. Tal vez en ellas se encuentre el origen de un personaje como la Diva, que atraviesa las diferentes acciones siempre a la búsqueda de un Do de pecho, meta que alcanzará en el cuadro final, cuando Drácula succione su yugular.
Sin un argumento general que estructure el discurso, García Pintado confía sus efectos dramáticos a la presentación de situaciones a caballo entre el surrealismo y el absurdo. Hay algo de retrato grotesco de la sociedad española de la época. Y sobre todo, existe la voluntad indagatoria en un modelo de teatro que, según declaraciones del autor, aúne “palabra, imagen y gestus”.
El estudio preliminar de Carmen Márquez Montes mantiene los interesantes parámetros del conjunto de ediciones de la colección y, junto a un didáctico y esclarecedor análisis de ambas obras, contextualiza su aparición en el panorama escénico del momento. Además recoge una buena selección de documentos y críticas que aparecieron en la prensa española a raíz de sus controvertidos estrenos. Un rescate más que pertinente para comprender estas páginas de nuestro teatro reciente, siempre asediadas por el riesgo de difuminarse en la memoria.
Federico Martínez Moll
Edición de Carmen Márquez Montes.
Madrid 2009; 191 pgs.
ISBN: 978-84-92639-00-7
Con el patrocinio del Área de Gobierno de las Artes.