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Polémico para su época y fundamental para la evolución de la dramaturgia, el Naturalismo, que encabezó e impulsó Émile Zola en la segunda mitad del siglo XIX, propuso una lucha contra las convenciones y las representaciones artificiales en busca de la modernización de los escenarios. Como en la vida misma, el Naturalismo teatral postulaba una fusión de géneros, de tragedias y de comedias, una oscilación entre lo serio y la farsa. Los planteamientos de Zola sobre el trabajo del actor, la escenografía, los niveles de lengua y los efectos de estilo, sentaron las bases de una profunda transformación artística. Sus artículos impulsaron la profesión del director de escena como actividad creadora y marcaron el inicio de la puesta en escena moderna.
Émile Zola (París, 1840-1902) Novelista, dramaturgo, ensayista y crítico literario, artístico y teatral, es considerado el creador y máximo representante del Naturalismo. Partiendo del movimiento realista y el positivismo, desarrolló la aplicación del método científico en el arte, basado en la observación, la documentación y la experimentación.
Su gran obra narrativa, en la que destaca el gran ciclo de veinte novelas de Les Rougon-Macquart (1871-1893), entre la que se cuentan las famosas Nana (1879) y Germinal (1875), examina todos los estratos de la sociedad y pone de manifiesto los conflictos entre la clase propietaria y el proletariado. Su obra ensayística sobre el naturalismo, comprende títulos como La novela experimental (1880), Los novelistas naturalistas (1881) y El naturalismo en el teatro (1881), donde Zola se manifiesta como un crítico sistemático del sistema teatral vigente y un singular precursor de la puesta en escena moderna.
En 1898 publicó su alegato Yo acuso, denunciando el antisemitismo y la conspiración de silencio creada por el ejército y el gobierno alrededor del caso Dreyfus. Su implicación le costaría el exilio y tal vez, aunque nunca fue investigada, su misteriosa muerte por asfixia cuatro años más tarde.
Si aún quedaba alguna duda, el carácter vertiginoso de los acontecimientos acaecidos en los últimos veinte años ha confirmado, que el tan difundido fin de la historia era sólo un mito. En la mayor parte de los casos, sospechosamente orientado e interesado. Aunque estemos inmersos en una experiencia cambiante, fluida y diversa, o precisamente con más fuerza por ello mismo, la memoria no es sólo un ejercicio recomendable; sino un derecho que debe ejercer la humanidad si quiere vivir con plenitud y consciencia el tiempo presente y tener alguna opción de supervivencia. De igual forma, podríamos referirnos a la de continuidad de la civilización, de la cultura o del teatro; y a su necesario encuentro con la existencia y la praxis. También la pasada. Sobre todo en ese aspecto crudo, orgánico y físico, que el naturalismo del siglo XIX, del que se ocupa el libro que vamos a reseñar, quiso abordar.
Rosa de Diego en la edición de El Naturalismo en el teatro de Émile Zola que realiza para la “Serie Debate” de las Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, nos ayuda a situar en un punto fascinante, un tema que no sólo atañe a los estudiosos de la historia del teatro y de la literatura dramática, sino que debería interesar a todo estudiante y/o profesional de la práctica contemporánea de la escenografía y de la dirección de escena; tanto teatral como cinematográfica: el estatuto ontológico de la realidad, el cuestionamiento de la representación y las conexiones de la práctica artística con la biología en el marco de la sociedad contemporánea.
La gran tragedia del Naturalismo es la de una historia llena de manipulaciones, omisiones e interpretaciones incompletas. En la que, con demasiada frecuencia, se olvida su papel transformador de la escena, revolucionario, y la estrecha forma en que se imbricó con la gestación del concepto de dirección de escena en su sentido contemporáneo. Al limitar su estudio al ámbito literario, como lamentablemente suele hacerse, se pierde de vista por ejemplo, el valor dado al vestuario y a unos «decorados» que comenzaban por entonces a adquirir la categoría de auténticos «espacios escénicos»; y el estrecho vínculo de estos aspectos visuales con una idea progresista de la sociedad humana, en la que el arte adquiría el papel predominantemente social apropiado a una concepción materialista del universo.
Las perversiones posteriores de un movimiento artístico como el realista, no deberían descalificar todo lo que se produce en él. Por muy desafortunados que fueran sus epígonos, no justifican el rechazo de los que sirvieron de modelo. Sobre todo cuando sus iniciales objetivos eran tan dispares. Por ello es tan interesante como la Asociación de Directores de Escena (ADE) ha publicado los textos de Émile Zola, El Naturalismo en el teatro, mostrando como sus planteamientos sobre el trabajo en la escena sentaron las bases para una profunda transformación artística. Colocando el debate en ese lugar en el que, según palabras de Mario Praz, «el tiempo revela la verdad». Ya que inevitablemente condiciona la visión actual, y enriquece la interpretación de ese ambiguo eterno retorno al que parecemos inevitablemente abocados.
Rosa de Diego es la traductora, así como la autora de la estupenda introducción y las notas aclaratorias de esta edición que se presenta acompañada por un interesante prefacio de Bernard Dort. De Diego destaca la ruptura con las convenciones que supuso el Naturalismo, iniciando el trabajo con un breve pero jugoso repaso a la propia noción de realismo y a la definición de este como movimiento artístico. Un trabajo en el que la catedrática de Filología Francesa de la UPV-EHU, continua anteriores estudios como el desarrollado para la edición de La cuestión palpitante de Emilia Pardo Bazán (Madrid: Biblioteca Nueva, 1998).
A partir de su introducción sobre el Realismo y el Naturalismo, desgrana una completa semblanza biográfica sobre Émile Zola, repasa el teatro del siglo XIX y los antecedentes de su dramaturgia, el Naturalismo en el teatro, y subraya la influencia del pensamiento de Zola en el desarrollo de la escena moderna y en el propio concepto de puesta en escena. Desde la perspectiva expuesta, podemos concluir como algún tipo de vuelta al realismo se hace imprescindible para todo interesado en la dirección de escena en el siglo XXI. Ya que puede verse como estrategia de acercamiento a uno de los más grandes problemas de nuestra época: las complejas y ambiguas relaciones entre la realidad, lo real, la representación y la ilusión, y la progresiva disolución de las fronteras compartimentadoras de la experiencia. Mostrar cómo fue necesario en el siglo XIX buscar una nueva concepción de la relación entre cultura y vida que implicara la redefinición de ambos términos abre una vía actual a la expresión del arte como forma política. Ya que por encima de todo, reivindica la reintegración de la unidad perdida de acción y pensamiento, gracias al protagonismo que adquirió la corporalidad y la fisiología.
Polémico para su época y fundamental para la evolución de la dramaturgia, el Naturalismo que encabezó e impulsó Émile Zola, luchó contra las representaciones artificiales y las convenciones, en busca de la modernización de los escenarios. Los planteamientos de Zola sobre el trabajo del actor, la escenografía, los niveles de lengua y los efectos de estilo, sentaron las bases de esa profunda transformación artística que ha llegado hasta nuestros días. Aunque muchas veces seamos inconscientes de ello. Sus artículos impulsaron la profesión del director de escena como actividad creadora en la contemporaneidad. El pensamiento histórico nos permite emitir juicios a partir de los cuales enfrentar el presente con la energía de las experiencias racionalizadas. Si dejamos pasar el tiempo suficiente, podremos ver el cambio de los puntos. A veces realizados de una manera imperceptible, pero siempre inevitables. La investigación filológica e histórica modifica los datos de un problema; ya que pasan a primer plano y se destacan y exhiben aspectos antes ocultos. De esta manera, y añadida a la reciente publicación de los escritos de Edward Gordon Craig, máximo exponente del idealismo teatral, a la que en cierta manera complementa y contradice simultáneamente, y gracias a la distancia del paso del tiempo y al interesante e instructivo estudio con el que se presenta, El Naturalismo en el teatro abre a una comprensión más amplia y localizada de aspectos fundamentales no sólo para las prácticas escénicas contemporáneas, sino para el arte en general. Aportaciones y problematizaciones contradictorias, sólo aparentemente, que cuestionan muchos de los tópicos asociados a las mismas, y abren un marco de discusión en el que plantear su repercusión en la escena de hoy.
Como José Antonio Sánchez expuso con su habitual rigor conceptual en el libro Prácticas de lo real en la escena contemporánea, publicado en 2007, «la creación escénica contemporánea no ha sido ajena a la renovada necesidad de confrontación con lo real que se ha manifestado en todos los ámbitos de la cultura durante la última década». Aunque ese retorno a la realidad no implicaría necesariamente la recuperación del realismo, resulta difícil eludir el reconocimiento de los paralelismos con cómo a mediados del siglo XIX se rompió con los modelos de representación imperantes para abordar un nuevo tipo de arte más comprometido con la restitución de la realidad. En dicha contextualización, el estudio de un movimiento como el naturalista, y la revisión del realismo que implica, resultan especialmente oportunos para la comprensión no sólo del más reciente pasado, sino para vislumbrar nuestro inmediato futuro.
Alicia E. Blas
Edición de Rosa de Diego.
Edición en papel: Madrid, 2011. 240 págs.
ISBN (papel):978-84-92639-21-2
Edición digital: Madrid, 2020.
ISBN (epub):978-84-17189-31-0