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Las dos obras galardonadas con el Premio Lope de Vega de 1957 y 1958 dan perfecta idea de una dramaturgia que termina y otra que empieza. La primera, representada por un autor mayor y atípico en la cartelera, y por un drama de tesis que cumple a rajatabla el canon del momento; la segunda, por un autor joven que se incorporará, pocos años después, a la nómina de dramaturgos habituales de la escena
Continuando el proyecto iniciado hace tres años por las Publicaciones de la ADE y el Ayuntamiento de Madrid, para la recuperación de las obras galardonadas con el Premio Lope de Vega a lo largo de su historia, aparece el volumen 5 de esta colección que contiene los textos correspondientes a las convocatorias de 1957 y 1958: La galera, de Emilio Hernández Pino y El teatrito de don Ramón, de José Martín Recuerda.
Como señala César Oliva, responsable de la edición, se trata de dos obras que dan perfecta idea, en términos históricos, “de una dramaturgia que termina y otra que empieza” (p.11), representadas, respectivamente, por dos generaciones muy distintas de escritores. Y es precisamente este contraste uno de los elementos más significativos de su coincidencia en el mismo volumen.
Emilio Hernández Pino, que consiguió el premio en 1957 con La galera, es un autor atípico en los escenarios del momento, con algunas obras publicadas y estrenadas antes de la guerra civil, aunque su escritura se inscriba claramente dentro de una corriente convencional de corte conservador.
La galera “responde al modelo habitual de la comedia española de posguerra” (p. 23), estructurada en tres actos, con un único espacio y un tiempo que se atiene a la norma aristotélica. Su temática sigue la estela de los “dramas de tesis”, en los que los problemas morales o de conciencia son el eje central. Fue éste un género que alcanzaría notable relevancia durante un buen período de la posguerra española y uno cuyos éxito más recordados fue La muralla de Joaquín Calvo Sotelo, estrenada en 1954, tres años antes de La galera de Hernández Pino, en cuyo título no resulta difícil encontrar ecos de aquélla.
La galera centra su argumento en una serie de personajes de buena posición social, comprometidos por su presencia en un espacio y circunstancias indecorosas, que a lo largo de una noche intentan ocultar ante la ley el crimen cometido por uno de ellos (que, como era habitual en los dramas de la época, sucede fuera de escena). La llegada del joven Salvador, embargado de un hondo sentimiento cristiano que le impide aceptar la evasión de la culpa y de la penitencia que lleva consigo el pecado, dará al traste con todos los preparativos. Su fe y su “intransigencia con la verdad” calan en la conciencia de Julia, que finalmente optará por llamar a la policía, a costa incluso de entregar a su padre a la justicia, convencida de la necesidad de “confesar nuestras culpas y pagar lo que debamos por ellas” (p.131).
Como explica César Oliva, “pocas veces como en esta obra se puede apreciar una mayor identidad entre texto e ideología […] Todo se arregla por la fe, es decir por el espíritu religioso de quien tiene la fe, de quien cumple las normas divinas” (p.33-34). Se trata, en cualquier caso, de un texto imbuido de voluntad moralizadora y representativo del panorama ideológico dominante en la época.
En muy diferentes parámetros se sitúa la bien conocida El teatrito de don Ramón, de José Martín Recuerda, destacado representante de la llamada “generación realista” surgida al filo de los años 50. El estreno de Historia de una escalera, de Buero Vallejo, Premio Lope de Vega 1949, había marcado el “inicio del cambio de unos hábitos escénicos, propios de la posguerra española, por otros, en los que se iniciaba cierta idea de contestación. Muy en esquema fue pasar del conservadurismo a la renovación, de la intrascendencia a la reflexión, de la comedia al drama” (p.11). Y aunque la denominación de “realistas” no aparecería hasta principios de los 60, el término ha quedado como designación para agrupar a un conjunto más o menos amplio de autores “que hacía dramas con contenido social, y que sin tener características comunes demasiado definidas, se unían en la oposición a los establecido” (p.12).
En el caso de El teatrito de don Ramón, primer estreno profesional de Martín Recuerda, sus características anuncian “la mayoría de los temas más queridos por el autor, como es la incomprensión del hombre y el terror a la soledad” (p.43). La acción, como pronto señalaron la crítica y los estudiosos de su obra, es mínima: “la representación que don Ramón ofrece del Milagro de Teófilo, versión del famoso texto de Berceo, en la buhardilla de su casa, a amigos y vecinos. La primera parte de la obra se dedica a los preparativos de dicha representación; la segunda, a la función propiamente dicha y a las reacciones que origina” (p.48). Y ciertamente el texto aparece teñido de una poética personal que se perfila especialmente en presentar al conjunto de personajes marcados por el halo de la frustración: “Todos han intentado algo en la vida que no les ha salido; principalmente dedicarse al teatro, símbolo de sus máximas aspiraciones y de sus máximas frustraciones” (p. 49)
Más allá de los valores dramáticos de esta obra, que figura ya como uno de los títulos señeros de la historia de los Premios Lope de Vega, su inscripción en la realidad teatral de la época le otorga una resonancia especial. Mas aún si se la pone en relación con el resto de la producción dramática del propio autor, que conseguiría otro “Lope de Vega” en 1975 con El engañao. Porque, como acertadamente señala Oliva, sus protagonistas “con don Ramón a la cabeza, procuran llamar la atención sobre los pequeños y grandes problemas del ser humano: la soledad, el amor ausente o el amor incomprendido, los celos, la ilusión, la intolerancia, la envidia…”
César Oliva ha estructurado su edición a partir de un destacable estudio preliminar, que presenta y analiza tanto el contexto general como el sentido particular de las dos obras incluidas. Sendos apartados sobre la escena española de finales de los años cincuenta y sobre la “generación realista” -tema bien estudiado por Oliva en otras monografías de referencia- abren su introducción y aportan el marco imprescindible para los específicamente dedicados a los autores y sus obras.
Oliva establece una metodología sistemática que se revela esclarecedora y de gran utilidad para el estudio de ambos textos. Tras aportar un apunte biográfico y un repaso general de la producción teatral de los escritores, describe detenidamente las características formales de los textos ahora editados, analizando su estructura, los elementos escénicos y los acontecimientos dramáticos en ellos contenidos, así como cada uno de los personajes que los componen, sin olvidar tampoco los aspectos ideológicos y de sentido que se desprenden de ambas obras. Incluye también numerosos datos sobre las circunstancias de sus estrenos y la recepción crítica de los mismos.
En el caso de La galera, concluye su examen con un breve epígrafe dedicado a presentar las relaciones entre la sociedad y la censura en la España de finales de los cincuenta, especialmente pertinente para entender tanto las prevenciones de Emilio Hernández Pino sobre la acogida de su obra como los contenidos que la animan. Por su parte, el dedicado a El teatrito de Don Ramón se cierra con algunas reflexiones sobre el personaje creado por Martín Recuerda y su relación con otros protagonistas de su producción dramática.
Una más que acertada recuperación, en suma, de dos textos teatrales significativos del patrimonio literariodramático español de posguerra, cuyo entramado parece perfilarse cada vez con más nitidez, gracias entre otras a ediciones como las que viene desarrollando la ADE.
Federico Martínez Moll
Edición de César Oliva.
Madrid, 2006; 207 págs.
ISBN (10): 84-95576-56-2
ISBN (13): 978-84-95576-56-9