Cambio de mentalidad – ADE Teatro
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Cambio de mentalidad

Por Juan Antonio Hormigón

Hace pocos días en una cadena de televisión española, me encontré con la presencia de un competente economista, de los no mediáticos, a quien uno de los interlocutores que le rodeaban le preguntó frontalmente: “¿El neoliberalismo está muerto?” Con una cautela quizá excesiva, el interpelado respondió: “Eso es difícil de precisar. Lo que sí le digo es que el sistema tal y como existe hoy, está fracasado”.

No vamos a llorar precisamente porque ese vaticinio sea cierto y esté en fase de cumplimiento. Pero este largo periodo en que ha ejercido como verdad revelada para sufrimiento de las mayorías e ilusión fugaz de unos cuantos, ha determinado hasta extremos risibles las formas de comportamiento, y generado una mentalidad en los individuos que no va a cambiar en breve; más aún: va a ser difícil cambiarla. Una mentalidad que no afecta sólo a las clases dominantes y agentes intermedios, incluidos los logreros que buscan siempre sacar cacho sean cuales sean las circunstancias. Con relativa frecuencia descubrimos que ha afectado de forma transversal al conjunto de la sociedad, e incluso llega a segmentos numerosos de las clases populares. Ya hablaba Brecht en la Primera noche de su Messingkauf, de que son muchos los que ignoran las causas de sus “padecimientos y peligros” en el plano de la vida social. Desconocimiento de quienes, en definitiva, son responsables de que no puedan tener una existencia digna y su legítima cuota de felicidad.

La mentalidad engendrada por el neoliberalismo lo ha emponzoñado casi todo: la acción política, los hechos y producciones culturales, la sanidad, la enseñanza, el sentido del saber e investigación científicos, todas las intervenciones de índole social en diversos campos, etc., reduciéndolos a la pertinaz consideración de mercancías. La consecuencia es que todas son tratadas como simples productos sometidos a los rigores del mercado, y regidos por la sórdida pretensión de obtener beneficio a cualquier precio y de forma inmediata. Esto ha sido interiorizado no sólo por quienes lo ejecutan sino por quienes lo padecen, sólo así es posible comprender algunos comportamientos en la vida social de muchos compatriotas.

¿Qué puede acaecer en el futuro? La tentación de la clase dominante casi nunca es de retroceso, mucho menos de pérdida de la presa. Posiblemente sus propósitos fueran redescubrir un esclavismo funcional de la población, aunque sin darle de comer: sale demasiado caro. Entonces quizás refloten la propuesta de Jonathan Swift en su opúsculo Una modesta proposición (1729), en donde el gran satírico sugería, para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda fueran una carga, que los padres vendieran sus hijos a los terratenientes ricos para que se los comieran. Algunos se los tomaron en serio entonces y tildaron al autor de “mal gusto”. Quienes han mantenido unos conceptos inhumanos e injustos en el campo económico y laboral, pueden hacerlo también si sólo corren el riesgo de que los tilden de tener mal gusto. Ya tienen sus plumíferos mercenarios para que digan lo que les convenga.

Brecht propuso en su día algo muy distinto, que constituía además uno de sus objetivos para el teatro: mostrar las causas que producen los padecimientos y quiénes son sus responsables, pero a su vez hacer propuestas de vías que conduzcan a su liberación. En la Primera Noche antes citada, proponía por boca del Filósofo: “No son tantos los que ven con claridad los métodos con que se puede suprimir a los verdugos. Los verdugos sólo podrán suprimirse cuando haya bastantes hombres que conozcan las causas de sus propios padecimientos y de los peligros que corren, que conozcan con exactitud el proceso, que conozcan los métodos para suprimir a los verdugos. Por consiguiente, lo importante es transmitir sus conocimientos a muchos hombres. No es fácil, sea cual fuere la forma en que se intente hacerlo”.

En este proceso si fuéramos capaces de articularlo, quizá comprobemos con sorpresa que algunos en el teatro que pasan por ser muy transgresores, se encuentran en el lado de los verdugos. Ese principio enigmático de “nada es lo que parece”, suele repetirse en ciertos comportamientos y actitudes: la trasgresión es sólo apariencia necesaria para la conservación del sistema tal y como existe. Puede que en muchos casos sean los más responsables de la impunidad con que han actuado los neoliberales.