Por Juan Antonio Hormigón
Hace muchos años ya, lo he contado anteriormente, me reuní en Montevideo con Atahualpa del Cioppo. Aún se mantenía enhiesto como un ciprés que le hubieran nevado la cúspide. Fue en el restaurante El Águila, junto al Teatro Solís, donde se asentó durante años Margarita Xirgu. Nos acompañaba Dervy Vilas, responsable por aquel entonces del Galpón, que me vino a recibir y me acompañó un buen rato.
El restaurante El Águila era un lugar emblemático de la urbe. Un espacio con fragancias de antaño, maderas nobles, paredes de colores discretos y grandes balcones esbeltos por los que entraba la luz de la plaza de la Independencia. Colgaban de sus dinteles estores blancos de algodón sin apresto, que se desperezaban sensuales atizados por la brisa. Todo aquello tenía un aroma de aderezo viscontiniano en cuyo centro estábamos los tres, con poca gente en derredor, en aquel salón amplio, discreto y apacible. “Aquí me traía a comer mi abuelo”, me dijo Atahualpa con un leve dejo melancólico que era a un tiempo nostalgia y regocijo. El pasado nos acecha en ocasiones, aunque para ello sea preciso tener conciencia reflexiva y memoria diligente. El pasado, el de su infancia, se le venía a los ojos al pronunciar su evocación.
Dervy guardaba un silencio afable, estaba junto al maestro con el que inició su andadura en el teatro y no ocultaba su respeto y admiración. Yo quería ante todo escuchar a Atahualpa que estaba en su ciudad, en su mundo, en el solar de sus recuerdos y sus combates en la escena, en la política y la vida. Y el ciprés nevado estaba locuaz. Siempre fue locuaz allí donde estuviera, pero aquel día fue particularmente generoso en su discurso. Hablamos de muchas cosas, qué duda cabe, pero lo que me llamó con mayor fuerza la atención fue la cuestión de la compra de las conciencias de algunos intelectuales, que hubiera dicho Brecht, remitidas ante todo al territorio latinoamericano. No en vano él había sido en buena medida, el introductor del pensamiento escénico del alemán en Latinoamérica.
Tuve oportunidad de estar frecuentemente con Atahualpa durante el exilio de El Galpón en México. Coincidió con los meses que pasé allá escenificando la obra de Gorki, Los veraneantes. Siempre lo encontré muy expresivo manifestando sus opiniones, aunque, al mismo tiempo, con ese habla cálida, respetuosa y ponderada, esa gestuación suave a la par que rotunda y evidente, esa educación exquisita de que siempre hizo gala. Pero en este mediodía, vuelto ya a su casa con las maletas rebosantes de proyectos, su seguridad y su elocuencia habían crecido. Fue entonces, al hilo de sus comentarios sobre la instrumentalización de los intelectuales por las clases dominantes, cuando mencionó los Protocolos de Santa Fe.
Nada dije pero era la primera vez que oía hablar de aquellos protocolos, que en un primer momento me sonaron a los de Sión, desde luego a conjura. “Mire Hormigón, me dijo un tanto solemne, allí está escrito lo que debe hacerse con los intelectuales para traerlos a su bando y neutralizarlos”. Repito de nuevo que yo no había oído hablar de todo aquello, pero comprendí que se trataba de algo de importancia.
Durante bastante tiempo me fue imposible encontrar aquellos Protocolos tan especiales e incluso me olvidé a ratos de su existencia, pero una y otra vez la elocuencia de Atahualpa me resonaba en la memoria como el aleteo de un recordatorio lacónico. Nunca encontré aquellos escritos impresos, aunque debieron estarlo. Al fin internet me ofreció la posibilidad de leerlos.
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Los mentados Protocolos eran en realidad conocidos como Documentos de Santa Fe. El nombre se debía al denominado Grupo de Santa Fe, en referencia a la capital del estado de Nuevo México. Dicho grupo junto a la Heritage Foundation, eran responsables de la elaboración de dicho material. Su objetivo consistía en orientar, con pretensiones de imponer, ideológicamente la política de Estados Unidos hacia América Latina. Su vigencia fue de cuatro a seis años, así que además de “Santa Fe I”, que se hizo en mayo de 1980, en plena era Reagan, el “IV” apareció en el año 2000, cuando se entronizó Bush hijo. No tengo noticia de que se hicieran más aunque, lo más lógico, es que se cambiara el formato.
En el Grupo de Santa Fe destacaba el historiador y diplomático ultraconservador Lewis Arthur Tambs, de notoria influencia sobre Bush padre y editor de “Santa Fe I”. En cuanto a la Fundación Heritage, brindaba entonces un amplio apoyo público en cuanto a la investigación política. Fundada en febrero de 1973, contaba con un presupuesto de gastos de 61 millones de dólares. Su misión era la de formular y promover políticas públicas conservadoras basadas en los principios de la libre empresa, gobierno limitado, libertad individual, los valores tradicionales americanos, y una fuerte defensa nacional.
La evocación de Atahualpa se remitía a “Santa Fe I”, documento suficientemente explícito que abordaba diferentes cuestiones relativas a las acciones políticas e incluso represivas a desarrollar en Latinoamérica, con el fin de frenar los avances progresistas en el continente. No hay que olvidar que cuando se redactó, seguían existiendo dictaduras sanguinarias en Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Perú. Cuando se produjo la conversación aludida en Montevideo, quedaban tan sólo la de Chile y Paraguay. Todas ellas en mayor o menor medida, siguieron los criterios operativos del Plan Cóndor: un modelo de terrorismo de Estado que instrumentó el asesinato y desaparición de miles de opositores, la mayor parte pertenecientes a la izquierda política. Está documentado que la CIA coordinó los diferentes grupos operativos y proporcionó equipos de tortura y asesoramiento en la materia. Los llamados Archivos del Terror, descubiertos en Paraguay en 1992, dan la cifra de 50.000 personas asesinadas, 30.000 «desaparecidas» y 400.000 encarceladas (Los Archivos del Horror del Operativo Cóndor: www.derechos.org).
No hay que obviar sin embargo que “Santa Fe I” era igualmente un ataque frontal contra la política que quiso llevar a cabo el presidente James Carter, así como el sector más coherente del Partido Demócrata estadounidense. Los posteriores lo fueron igualmente contra Clinton. No deja de ser sintomático que en el capítulo “derechos humanos”, se reprochara a Carter su ataque a los gobiernos dictatoriales por sus notorios abusos en la materia, a los que los redactores denominan “gobiernos amigos”. Quede bien claro de qué y cómo se hablaba.
“Santa Fe I” era un documento analítico y político, que en sus entregas posteriores ha definido la acción de las administraciones estadounidenses en Latinoamérica y ha influido poderosamente sobre el Departamento de Estado del país. A la vista de los acontecimientos históricos desde entonces, no se han limitado solamente a dicho territorio. El documento proponía desde la instalación de gobiernos obedientes a los intereses de los USA, con poca capacidad de gestión y dirigidos en buena medida por asesores enviados al efecto, hasta la de utilizar la lucha contra el narcotráfico para fortalecer la presencia militar estadounidense y financiar a grupos paramilitares. En la clave del arco se citaba la promoción de reformas económicas neoliberales, que facilitaran la inversión de las trasnacionales estadounidenses en América Latina y debilitara las economías y empresas locales.
Consideración aparte merece lo relativo a los intelectuales. “Santa Fe I” proponía debilitar la posición de los intelectuales críticos o de izquierdas, así como dar tribunas, elogios, difusión y remuneraciones a aquellos favorables a sus políticas e ideario. No menos esfuerzo se hacía en acabar con las formas de cultura tradicionales para acentuar la influencia de la cultura y costumbres estadounidenses, incluso coadyuvar a la propagación de religiones evangélicas fundamentalistas de sello estadounidense como freno a las corrientes religiosas de calado reivindicativo, o para neutralizar segmentos movilizados de la población en contra de las políticas neoliberales, mediante la beneficencia y la sublimación espiritual.
El pasaje dedicado a los intelectuales, aquel en el que insistía Atahualpa en el ágape laico de El Águila, es el que merece para nosotros una atención especial. Corresponde al Punto F del documento, dedicado a “Educación”:
“La educación es el medio por el cual las culturas retienen, transmiten y hasta promueven su pasado. Así quien controla el sistema de educación determina el pasado o cómo se ve a este tanto como al futuro. El mañana está en las manos y en las mentes de quienes hoy están siendo educados.
Estados Unidos no debería tratar de imponer su propia imagen a Iberoamérica. Ni el pluralismo liberal ni la democracia wilsoniana se han exportado exitosamente. Sin embargo, deberíamos exportar ideas e imágenes que alienten la libertad individual, la responsabilidad política y el respeto a la propiedad privada. Debe iniciarse una campaña para captar a la élite intelectual iberoamericana a través de medios de comunicación tales como la radio, la televisión, libros, artículos y folletos, y también debe fomentarse la concesión de becas y premios. Puesto que la consideración y el reconocimiento son lo que más desean los intelectuales, tal programa los atraería.
El esfuerzo norteamericano debe reflejar los verdaderos sentimientos del pueblo norteamericano (…) Estados Unidos debe proporcionar la voluntad y la filosofía que se hallan detrás de las políticas concretas, si es que el continente americano va a sobrevivir y a prosperar”.
No es necesario que forcemos nuestra sagacidad para percibir hasta qué punto se han puesto en marcha las iniciativas que el documento contempla. El IV, dirigido contra el presidente Chávez y su proyecto bolivariano, sirvió de hoja de ruta al golpe de Estado de 2002 en Venezuela y sigue aplicándose hasta hoy mismo. Respecto a los intelectuales es sólo cuestión de ver, escuchar y constatar.
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Observando lo que ha sido nuestra historia cultural en los últimos años, me reconcome más de una vez la inquietud de que los designios de “Santa Fe I” han tenido larga práctica en nuestros lares. Observando las designaciones a cargos de responsabilidad, tanto artísticos como de gestión; premios que se crean con dotaciones suculentas y a quiénes se conceden; a quiénes se da voz, se promueve y se halaga; qué formas estéticas o conceptuales se pretenden imponer y cuáles denostar; cómo se admite, con la cerviz gacha, que la cultura ya no debe ser un servicio público y un bien común, sino simplemente una mercancía más y un negocio, no tengo por menos que reconocer que las tareas allí expuestas se han implementado con holgura. Muchas de estas cuestiones están rodeadas del aroma o el hedor, depende de la ideología pituitaria, que se erige en señal denotadora de su origen en las prédicas inicuas de Santa Fe. Podríamos considerar que padecemos una conjura.
Hemos podido observar en estos años actitudes que han sufrido cambios notorios. Antiguos radicales que vociferaban latigazos de palabra y laringe en contra de todo, que a todo enviaban a los infiernos del entreguismo, que a cualquiera le colocaban el remoquete de revisionista o caduco o inservible, se mutaron de pronto en conspicuos defensores de la quimera neoliberal y al ideario del imperio en sus estratos más zafios y deleznables. Hemos visto conversos de toda laya emerger como setas feraces en la política, la información, la gestión en la empresa pública o la cultura, etc.
No obstante, donde la incidencia de los designios y artimañas emanados de “Santa Fe I” tiene una presencia más dañina, es en todo un curioso segmento de individuos que dicen sentar plaza en la izquierda, que así se definen sin pudor, pero mantienen posiciones políticas y actuaciones de absoluto seguidismo de los dictados estadounidenses. Así ocurrió en España, sólo es un ejemplo, con ocasión de la primera agresión estadounidense contra Irak o contra Yugoeslavia, que fueron apoyadas reverencialmente por estos que se definían como la izquierda. Así ha sucedido y sucede en numerosos casos, en que la misma obediencia se repite una y otra vez, avalada tan sólo por lo que propalan los medios de comunicación que ofician de grandes trujumanes de la noticia mendaz en aras de la conjura. Lo que sí creo necesario subrayar, es que no mantener posiciones antiimperialistas supone el menoscabo de la soberanía nacional, así de simple. Una cosa es tener aliados y otra someterse a quienes creen ser los amos.
El objetivo final del sistema es utilizar este procedimiento para inducir que una gran parte de la masa social carezca que capacidad crítica o de valorar adecuadamente los acontecimientos. Y como consecuencia para hacer realidad la paradoja de convertir a la ciudadanía en simples vasallos, que cuando obedecen y en ocasiones incluso cuando protestan, actúan a favor del sistema y en contra de sus propios intereses. Para conseguirlo, las indicaciones de “Santa Fe I” respecto a la doma de intelectuales, la utilización contumaz de informadores falaces, aunque no pestañeen al hacerlo, para difundir los acontecimientos no como son sino como ellos precisan que sean, juegan un papel decisivo.
Paralelamente y en consonancia con sus dictados, aunque nadie lo cite, se ha procedido con denuedo a mantener en las catacumbas, en los aledaños de la exclusión, a quienes no se pliegan a sus designios. Como controlan el poder ya no es cuestión de eliminarlos ni encarcelarlos, podrían convertirse en emblemas del martirologio y saben que ese es asunto que escapa con frecuencia a sus designios. Se les recluye en espacios chicos, se evita al máximo que pueda difundirse su pensamiento, sus escritos, sus realizaciones, etc.
Mucho de ello depende de los medios de comunicación que dictaminan con mano de hierro lo que se difunde, adquiere mayor ámbito de existencia, o no. Así vemos publicitadas y halagadas mediocridades que tienen para ellos la virtud de servir a sus intereses, que contribuyen a construir convicciones y mentalidades acordes o cuando menos acríticas y obnubiladas en la mayoría del cuerpo social. La finalidad no es otra que convertir a los individuos en seres amorfos, sin capacidad de analizar ni contrastar, obedientes y cándidos seguidores de lo que ellos dicen como voz de los segmentos dominantes, para reducirlos a la categoría de siervos y crean que son ciudadanos.
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De aquel ágape laico en Montevideo, me queda la imagen magistral de Atahualpa como un ciprés enhiesto y nevado. Recuerdo ciertas cosas y he olvidado por completo otras. No sé lo que comimos ni bebimos, por ejemplo. Pero guardo vivamente en la memoria unos estores cimbreando como velas blancas con la brisa, la luz hermosa del mediodía en la primavera austral y las palabras venerables como emanadas de antiguo augur, que de tiempo en tiempo me vienen a la memoria como una requisitoria histórica, una llamada de atención y un emblema moral.