Por Laura Zubiarrain
El director de esta revista me ha pedido que sea yo quien se ocupe de hacer el comentario referente a cuestiones relativas a la sociedad y el mundo que nos rodea. Me ha confesado y lo ha hecho también a otros colegas, que está aburrido de lo que ve, fatigado de lo que sucede, desanimado ante la situación existente. Dice estar convencido de que de nada sirve mantener la lealtad cívica en defensa de un correcto funcionamiento de la democracia. Las palabras y las aseveraciones se las lleva el viento, asegura, y sólo nos queda la sensación una vez más de un hondo fracaso en el terreno cultural cuando menos.
Comparto muchas de las convicciones de mi querido amigo pero creo que todavía es posible que algo cambie, porque de no ser así tendremos colapso o catástrofe por muy subterráneas que se produzcan. Entiendo eso sí, que después de muchos años de combatir buscando una luz al final del túnel, sienta una decepción honda al ver cómo marchan las cosas y cómo la oscuridad es cada vez mayor.
Dicho esto voy a cumplir con mis obligaciones y evocar algunas cosas que hemos escuchado en los últimos tiempos. Da la impresión oyendo las afirmaciones de algunos políticos o columnistas de nuestro país, que las palabras han perdido todo su valor y cualquiera puede decir lo que le dé la gana, esgrimir afirmaciones contrarias al sentido común, sin asumir las mínimas responsabilidades y siendo jaleado y mantenido por sus adláteres como si de un héroe se tratara. No hay que olvidar que aquella chulería falangista que se presentó como prototipo de lo hispano aunque supusiera la sumisión incondicional a aquel personaje de la guardarropía grotesca y cruel que habitó El Pardo, se ha mantenido subyacente en los comportamientos de quienes presumen de firmes y enérgicos sin razones que sustenten lo que aseveran. He aquí algunas perlas:
El 9 de marzo próximo pasado, el presidente del Gobierno acudía a petición propia al Senado. Tras un tremendo barullo que apenas permite oír su discurso, la senadora del PP por Valladolid, María Mercedes Coloma, acusa a los socialistas de ser “los mayores dictadores de la historia de España”. El presidente de la Cámara alta Javier Rojo, le pide que retire afirmación semejante; la senadora se niega. ¿Sabe la señora Coloma lo que es una dictadura? Un elemental silogismo nos permite deducir que según ella en el siniestro periodo franquista el grado de libertad que existía era mayor que el de ahora.
Una afirmación de este tipo ofende a la inteligencia y a la cultura general, descalifica a cualquiera para ocupar un cargo representativo, sin embargo nadie ha pedido su dimisión ni le ha sugerido que dimita. Puede que haya sido felicitada por los suyos por la contundencia de su admonición. Los socialistas se sintieron no obstante más afectados por la exigencia de que fuera cesado Peces Barba. ¿Qué es lo importante aquí?
Los Estados Unidos de América del Norte es el país que más armas vende y fabrica. El primer rubro de su economía es justamente el comercio de armas. El gobierno español decide vender a un país latinoamericano, la República de Venezuela, unos barcos de vigilancia costera y aviones de transporte. A la administración estadounidense le parece muy mal, posiblemente quisieran ser ellos los que lo hicieran y mejor aún si fuera material defectuoso. La derecha española política y mediática pone el grito en el cielo: quien les escuche pudiera pensar que se está armando un ejército para una revolución continental. Algunos no dudan -en este caso no fue la señora Coloma- de calificar al presidente de Venezuela de dictadorzuelo. Y así suma y sigue.
Dado el entusiasmo que un sector políticosocial de la derecha hispana se suma a los dictados estadounidenses, hasta hacerlos aparecer a los ojos de la opinión pública como sus simples agentes, cabe preguntarse qué entienden por independencia nacional. Parece que su política exterior se limite a convertirnos y ejercer de humildes vasallos. ¿Por qué en cambio se les llena la boca invocando un patriotismo que sólo es sumisión al gringo? ¿Cuántas elecciones tendrá que ganar el presidente venezolano para que cuando menos le reconozcan como surgido de las urnas? ¿Quizás como en el caso anterior, el golpista Carmona que prohibió en unas horas partidos y sindicatos, cerró las televisiones públicas y comenzó una persecución a cargos representativos emanados de unas elecciones, es en su opinión un individuo más respetable? ¿Ha informado alguien a la ciudadanía de cómo es la televición y la prensa de aquel país, de la situación de los diferentes partidos políticos, de la situación social existente, etc.? Sería aleccionador y se evitaría seguir en constante desinformación permitiendo que se digan ciertas cosas tan a la ligera.
Noche de las elecciones en el país vasco. El señor Acebes, número dos del PP, afirma contundente ante las cámaras: “Rodríguez Zapatero es responsable de la presencia de ETA en el parlamento vasco”. Lo dice y ni se inmuta. José María Aznar lo repite el día 19 de abril aunque utiliza la expresión “ha posibilitado”. Parecen creerlo realmente. Otra vez las palabras convertidas en despropósito y utilizadas con una irresponsabilidad que escandaliza.
Ese inusitado personaje que atiende por Ignacio Villa y ejerce de director de informativos de la COPE, explicaba de este modo el día 18 de abril en la primera de TVE, la agresión de un grupo de falangistas de extrema derecha a Santiago Carrillo, Santos Juliá, María Antonia Iglesias y otros asistentes al acto de presentación de un libro: “La culpa es del gobierno socialista que los ha provocado al quitar la estatua de Franco“. Si no fuera nauseabundo sería inefable. La presencia del deplorable estatuón ecuestre al parecer no causaba el sonrojo y el desagrado de ingentes masas de ciudadanos democráticos.
De todos modos la cuestión reviste en esta ocasión mayor calado. Con argumentos similares se ha intentado por algunos explicar el levantamiento militar de julio de 1936: los generales se sintieron provocados y tuvieron que reaccionar. Al igual, claro está, que los latifundistas, la gran banca y la pequeña burguesía agraria del norte de Castilla. Para no provocarles, silogismo al canto, lo mejor es dejarles que el país sea suyo, que no se les ganen ningunas elecciones porque en otro caso tendrán que reaccionar con viril contundencia, decían en los viejos textos fascistas hispanos que algunos añoran al parecer. Lo mejor es que campen a sus anchas y la ciudadanía obedezca sin rechistar. ¡Qué viejos sueños!
Son éstas tan sólo unas perlas de los despropósitos verbales escuchados en las últimas semanas. Hablar de moderación supone ante todo saber el valor de las palabras y de lo que expresan y actuar consecuentemente. No es lícito en democracia producirse con un lenguaje de energúmenos, plagado de lugares comunes y demagogia elemental y pretender que los ciudadanos que hacen un correcto uso de la razón los tomen en serio. Les salió antaño tan bien aquello de “¡Váyase, señor González!”, que muchos han olvidado ya en qué consiste hacer política. Desgraciadamente otros más que dicen pertenecer a diferente postura política, aunque sean de la misma en verdad por sus actitudes, hacen lo propio. Algunos ni tan siquiera se lo plantearon nunca, matar fue la única política que hicieron.
¡Qué personajes para un esperpento y cuántos argumentos para excelentes comedias!
Quebrar este nudo gordiano corresponde a la ciudadanía, exigiendo que se cumplan los enunciados propagandísticos electorales y negando su voto a quienes energumenizan el lenguaje hasta convertirlo en un riesgo para la convivencia pacífica. ¿Pero quién moviliza al pueblo para que se reconozca ciudadanía?
Revista ADE-Teatro nº 105 (Abril-Junio 2005)