Por Javier Alfaya
¿Realmente alguien esperaba que el afortunado cambio de mayoría parlamentaria que ha permitido que nos saquemos de encima -temporalmente al menos- la pesadilla del Aznarato, iba a suponer un cambio radical en la política cultural del Estado? Yo creo que las gentes de la cultura debemos hacernos a la idea: la educación y la cultura son como las “Marías” de la enseñanza media y superior en otros tiempos: dos asignaturas molestas y más bien innecesarias porque el Sistema -sí, el Sistema- apenas las necesita como no sea para lavarse de cuando en cuando la cara.
Creánme, cada vez soy menos radical, cada vez creo más en las reformas pactadas, negociadas hasta el agotamiento de las partes en conflicto. Pero aún así… El Sistema está ahí, monstruoso y devorador, rompiendo las barreras del desarrollo sostenible, cada vez más necesitado de esa perversión que se llama consumismo, que es imparable, devoradora, ademenciada, cuyas consecuencias, cada día que pasa, están acercando más al género humano a una catástrofe absoluta.
¿Alguien cree que en ese mundo a la vista, en ese mundo cuyas formas de poder se basan en gran medida en una concepción puramente utilitaria de la enseñanza y que cuando alguien descubra que es más beneficioso para los grandes negocios una Humanidad analfabeta, centenares de teóricos formados en sabe dios qué universidades escribirán sesudos libros sobre la necesidad de que interioricemos la idea de que pensar es un lujo que nuestras sociedades ya no pueden permitirse, va a haber gobernante que se tome en serio esto de la cultura? Y de manera especial en un país como el nuestro en donde tantos y tantos gobernantes han pensado, a veces en secreto, otras a voces, que aquello de que “cada vez que oigo la palabra cultura tiro de pistola”, es una verdad incontrovertible.
Lo tremendo es que sí hay dinero para la cultura, a veces -permitidme decirlo- excesivo.
Trataré de explicarme: ¿ha habido en España alguien que se haya parado a pensar que con una racionalización del gasto público en cultura, limpiada ésta de fastos, conmemoraciones, necesidades de salir en la foto y un largo etc., utilizando con sensatez y sentido de la responsabilidad el dinero público, la cultura podría recibir una verdadera ayuda e incluso puede que hasta ahorráramos dinero colectivamente? ¡Daría tantos ejemplos…!
Daré uno, minúsculo, si se quiere, pero que me ha conmovido especialmente: en mi tierra natal, en Galicia, conocí un precioso mini-festival de música clásica en el que se combinaba una rigurosa dimensión pedagógica con una excelente programación de conciertos. Su coste era, gracias al sacrificio de quienes lo hacían, ¡de tres millones de pesetas!. Se lo cargaron las instancias oficiales porque no era rentable en términos, dígamos, políticos. Llenaría de ejemplos semejantes unas cuantas páginas de esta revista, que es una revista de reflexión y de lucha. Un día cualquiera, si me lo permiten, hasta lo hago.
Muchas gracias.