¡No nos defraude, por favor! – ADE Teatro
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¡No nos defraude, por favor!

Carta que el ciudadano Manuel F. Vieites García remite al ciudadano J. L. Rodríguez Zapatero, en la que expone algunas consideraciones sobre el arreglo de los teatros en España

Entre la clase política se ha extendido la costumbre de situar sus textos y discursos fuera del contexto en que se emiten, y es así que se nos antojan ajenos a la realidad, como si quienes viven o pernoctan en la política tuviesen alguna prerrogativa para situarse por encima las contingencias del presente. Con bastante frecuencia la clase política realiza afirmaciones que curiosamente minan su credibilidad, lo que nos puede dar una idea de la escasa estima que parecen sentir por sus conciudadanos. Así, en campaña electoral es frecuente observar cómo se pierde toda noción de la realidad y se realizan promesas que sólo los incautos y los inocentes en grado sumo pueden aceptar. Pues ya sabemos que una buena parte de lo que anuncia, proclama y promete la clase política, se podría haber realizado si de verdad creyesen todo cuanto dicen. Y es que muchos de los que aspiran a iniciar o prolongar su carrera en la Corte, la han comenzado y desarrollado en sus ciudades, provincias y autonomías, pues es difícil encontrar hoy en día un solo partido político que no ejerza alguna cuota de poder, por pequeña que sea. Todos, de una forma u otra, la tienen, sea en un Ayuntamiento, en una Diputación o en una Comunidad Autónoma. Y bueno sería poder decir que allí dónde ejercen el poder esos próceres de las patrias, pues varias son las que habremos de considerar, han desarrollado esas ideas que nos proponen cuando nos piden el voto para trasladarse a la Corte. Es incomprensible e insostenible que anuncien que desde la Corte sí harán todo aquello que en sus ciudades, provincias o autonomías, no han hecho. Si grave es que el partido en el gobierno siempre anuncie que en la legislatura próxima se ocupará de los problemas que ha olvidado en la que termina, no es menos grave que la oposición olvide que muchas de las medidas que anuncia ya podrían haber sido implementadas allí donde ejerce mando y gobierno.

Es cosa digna de lamentar ese comportamiento irracional que cabría analizar desde diferentes perspectivas, de la sociológica a la psiquiátrica, pues no acertamos a entender cómo una persona puede prometer aquello que ha negado. ¿Cuáles son las diferencias en política cultural entre la Xunta de Galicia y la Junta de Andalucía? ¿En qué se diferencian las políticas culturales de Castilla-La Mancha y Castilla y León? ¿Dónde situar las diferencias si tomamos como referencia las políticas culturales de ciudades como Bilbao, Córdoba, Salamanca, Pontevedra o Tarragona? ¿Dónde las diferencias, insisto? ¿Las hay? Pues no…, y menos en el campo de las Artes Escénicas. Más allá de cuatro medidas populistas, o de algunos símbolos circunstanciales como una escuela municipal de teatro, un festival o un plan de animación teatral muy localizado, la sintonía entre los partidos que detentan el poder en esas y otras ciudades y comunidades es apabullante, al punto que podríamos afirmar que estamos ante un mismo programa. Y nos referimos a todo el arco parlamentario, sin excepciones, del Parlamento Español.

Hablamos, claro está, de políticas carismáticas, patrimonialistas, elitistas o centradas en la promoción de la recepción de los productos de la industria cultural para las masas y ajenas a los discursos que incluso desde la Comisión Europea, en la década de los setenta, potenciaron propuestas de democratización de la cultura y de democracia cultural; propuestas y programas de acción cultural que perseguían potenciar valores como la participación, la creatividad, el pensamiento divergente o la conciencia crítica, tan queridos a esa Escuela de Frankfurt a la que Usted, ciudadano Zapatero, se refiere con relativa insistencia, lo cual le honra, al menos intelectualmente. En la inmensa mayoría de los Ayuntamientos, Diputaciones y Comunidades Autónomas del Estado se han desarrollado políticas culturales claramente alejadas de esa mayoría integrada por las gentes del común, a las que hemos de sumar, infelizmente, las dinámicas de cierre de fronteras impuestas desde las Comunidades Autónomas, que en un ejercicio de endogamia difícilmente justificable han olvidado principios básicos del republicanismo o del federalismo, como la no centralización, la no dominación, la organización reticular del tejido social y cultural o el cosmopolitismo. Y es que incluso dinámicas propias del colonialismo más atroz se aplican desde discursos supuestamente anticoloniales. Paradojas del nacionalismo que ya explicaba décadas atrás Franz Fanon. La ideología, como señalaba Terry Eagleton, no se manifiesta en las palabras, que sólo son palabras, sino en la forma de ejercer el poder, en la manera en que se concibe la interacción social.

La cultura es un bien común con múltiples potencialidades y que puede contribuir a lograr los más diversos objetivos. Algunos muy queridos por Usted, como la consecución de una democracia participativa y deliberativa, sin olvidar que se trata de un sector fundamental para la creación de nuevos bancos de trabajo y de nuevas ocupaciones, especialmente relevantes para la juventud, otra de sus preocupaciones proclamadas. Y la cultura, su organización y pleno desarrollo, es una de las asignaturas pendientes de los países que integran este Estado, y del propio Estado, cuestión en la que también se deja sentir la falta de un proyecto claro de organización de la acción cultural que, en mi modesto parecer, debiera apostar, sin complejos, por un modelo federal en el que el Ministerio de Cultura, cada vez más necesario, tendría entre otras funciones la de establecer mecanismos para el diseño, coordinación y desarrollo de políticas interautonómicas o de dinámicas más globalizadoras, al margen de la cada vez más urgente acción exterior. El Ministerio de Cultura debiera ser, en efecto, un verdadero vivero de ideas, proyectos, iniciativas y programas orientados a establecer pautas de desarrollo del campo cultural y a establecer dinámicas de cooperación entre ciudades, provincias, comunidades, naciones y estados.

En el campo de las artes escénicas, todo está por hacer, pues más allá de la creación de instituciones, recuperación de espacios o desarrollo de algunas medidas de promoción, y debidas en su inmensa mayoría a anteriores gobiernos socialistas, no se ha sabido o no se ha querido elaborar y poner en práctica un programa de creación y desarrollo de tejido teatral, concepto que nace del estudio sistemático del sistema teatral. La idea misma del teatro como sistema nos sitúa en la convicción de que las políticas teatrales deben potenciar todos y cada uno de los elementos, estructuras y funciones que le son propios a esta milenaria manifestación artística. Entender el teatro desde la perspectiva de la organización sistémica supone, por ejemplo, considerar por igual la promoción del teatro comunitario y la creación de núcleos estables de producción en todas y cada una de las ciudades de más de cincuenta mil habitantes, normalizar las enseñanzas teatrales en todos los niveles educativos y crear una red organizada de festivales de teatro, incentivar la creación y formación de públicos y concebir la investigación escénica como un sector estratégico para el desarrollo de la renovación y la innovación. Hablar de sistema implica instalarse en una perspectiva integral y globalizadora, en aquello que Edgar Morin denominaba “lógica de la complejidad”, otro concepto que no le resultará ajeno. Hace falta, claro está una Ley de las Artes Escénicas que regule su promoción como un verdadero servicio público y como un sector estratégico en el desarrollo sociocultural y económico, y en ese sentido tanto el Ministerio de Cultura como el de Educación, en lo que compete a la educación teatral, no pueden ni deben eludir su responsabilidad histórica.

Sabemos bien, estimado conciudadano, que la puesta en marcha de políticas culturales concebidas desde las perspectivas señaladas, orientadas a situar al teatro en el centro de la vida comunitaria, habrían de contribuir sin duda al fortalecimiento, diversificación y enriquecimiento de la esfera pública, ese otro concepto tan querido a Jürgen Habermas o Hannah Arendt, lo que incidiría positivamente a la mejora de la calidad de vida de la ciudadanía, sin olvidar las implicaciones que una esfera pública abierta a la deliberación puede tener en el desarrollo de la civilidad y de una ciudadanía cosmopolita, ideales sobre los que la profesora Adela Cortina ha escrito algunos libros sobresalientes, que Usted, por lo que sé, también tiene en mucha estima.

Pero se trata de mucho más que un cambio de rumbo. Es necesario un cambio de paradigma, tal y como lo entendía el profesor Thomas S. Kuhn. Abandonar la razón instrumental de la que nos hablaron Max Horkheimer, Theodor Adorno o Herbert Marcuse y apostar decididamente por la razón crítica, que como señalaba Karl Otto Apel insiste en el interés emancipador del conocimiento, y todos sabemos que el teatro, desde las primeras celebraciones escénicas de las culturas del Creciente Fértil o desde las aportaciones de la Tragedia Ática, ha constituido un singular instrumento para la construcción y gestión del conocimiento, un espacio para el debate, la deliberación y para la comprensión de la alteridad. De ahí que las artes escénicas puedan jugar un rol trascendental en la construcción de la república, tal y como la concibe y formula su admirado Philip Pettit y que tantas similitudes parece guardar con una nueva Ilustración.

Para ello precisamos de un gobierno conformado por ciudadanos y ciudadanas que destaquen por su virtud, sus saberes y su experiencia contrastada en la gestión republicana, por personas que, ajenas a esa moda tan extendida de “vestir el cargo”, pretenden ejercerlo de verdad y en beneficio de todos. Precisamos también de un gobierno en el que los programas se sitúen por encima de los cargos y se desarrollen incluso a pesar de ellos. La improvisación es una técnica dramática que tiene muchas posibilidades cuando está adecuadamente planificada y orientada a objetivos concretos, pero en política puede dar lugar a los más diversos despropósitos. Lamentablemente, el campo de las artes escénicas ha padecido durante años la aplicación de políticas que por improvisadas, fragmentarias, unidireccionales, mecanicistas o economicistas, parecen haber tomado los axiomas más nefastos de la filosofía analítica americana. Por eso, más que hablar de cambio, y disculpe la insistencia, debiéramos plantear la necesidad de un verdadero grado cero, de un nuevo punto de partida que implique la llegada de la modernidad a nuestro teatro, pues lo grave es que en España, en materia de artes escénicas, pasamos del Antiguo Régimen a la Posmodernidad en apenas un suspiro. Reclamamos pues, ciudadano presidente, nuestro derecho irrenunciable a la modernidad y a la plena modernización del sistema teatral en su asombrosa y maravillosa heterogeneidad y diversidad.

En la noche del catorce de marzo de 2004, justo en el fragor de la victoria, y entre los vítores y chanzas de una emoción todavía contenida por el dolor del salvaje atentado terrorista del 11M, sonó una voz limpia y valiente: “¡No nos falles!”. Y esa voz pasó a representar las voces de muchos ciudadanos y ciudadanas que en ese mismo momento pensaban lo que aquel joven anónimo supo verbalizar con claridad. Pues las elecciones, ciudadano Zapatero, no las ganó el PSOE, sino esos ciudadanos y ciudadanas que ese día decidieron ir a votar, esos compatriotas que aumentaron de forma substantiva el índice de participación y le ofrecieron a Usted una oportunidad para llevar a cabo un cambio de dirección y talante en tantas y tantas cosas. En esos electores que decidieron renunciar a la abstención y acudieron a las urnas, estuvo la clave de su victoria y la de su partido. Por eso, y por tanto como hemos padecido y llorado en los últimos años, tenemos el derecho y el deber de pedirle que no nos falle, que no nos defraude, pues hay mucho en juego. Sobre todo nos jugamos la posibilidad de seguir pensando que las utopías son necesarias, que los cambios son posibles y que todos tenemos derecho a un futuro mejor. También en el campo del teatro. Apoyos no le van a faltar, no lo dude; será cuestión de que los quieran buscar y los sepan mantener.